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    Editorial

    Del Genesaret a Roma: El 25 de diciembre y la batalla por la luz

    PescarePor Pescare25 de diciembre de 202511 Minutos
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    Navidad, de una comunidad pesquera a la liturgia de Roma, un solo común denominador: trabajo, perseverancia y el valor de transformar un pez en alimento para la sociedad.
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    Navidad, 25 de diciembre. La memoria del nacimiento de Jesús de Nazaret conduce, con una coherencia íntima, hacia la vida real por aquellas épocas; pan, trabajo, fatiga, mercado, impuestos, cuotas y familia. Los Evangelios sitúan su ministerio en un paisaje laboral preciso, con olor a agua dulce, redes mojadas y madera de roble y cedro libanés, trabajada a mano a orillas del Lago de Genesaret —llamado también “mar†en el uso común—, donde la pesca sostenía hogares, pagaba jornales y alimentaba ciudades distantes, como Nazaret a 34 kilómetros lineales del lugar de captura, después de pasar el pescado por saladeros a la ribera del lago.

    Allí, la Escritura no presenta una pesca abstracta, sino un oficio con escenas repetidas rutinarias que permiten reconstruir su ritmo con nitidez. En el amanecer, tras una noche de faena, se ve a los hombres “lavando las redes†(Lucas 5:2). La frase es breve y, sin embargo, contiene una jornada entera, la red se limpia para quitar algas, barro, restos; se revisa la malla; se buscan roturas; se remiendan daños. La red no es un accesorio, es patrimonio y futuro inmediato de una herramienta necesaria para hacer uso de la disponibilidad de tilapias y barbos que cohabitaban el lago.

    En ese mismo registro aparece el gesto de “remendar redes†como acto cotidiano (Mateo 4:21; Marcos 1:19). El texto lo menciona con naturalidad porque era una tarea tan ordinaria como indispensable, reparar en tierra el daño del fondo de piedra para no perder la captura en el agua. El detalle es decisivo, el pescador invierte tiempo en tierra para sostener lo que ocurrirá dentro del agua. Esa economía del cuidado forma parte del carácter del oficio desde tiempos ancestrales. La perseverancia y dedicación como un estilo de vida, más que un oficio.

    El día laboral se extendía hacia la noche. En Lucas 5, Simón Pedro resume con una frase que funciona como bitácora: “toda la noche hemos estado trabajando†(Lucas 5:5). En Juan 21 el procedimiento reaparece con la misma sobriedad: “salieron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada†(Juan 21:3). La noche en el lago tiene lógica técnica: la oscuridad favorece ciertas capturas, y el movimiento de peces se vuelve más previsible para quien conoce las aguas. Para el cuerpo, la noche significa frío y vigilancia; para la economía, significa la diferencia entre volver con sustento o volver con silencio.

    La Escritura también deja ver el tipo de pesca. Se mencionan redes arrojadas al agua, un arte que exige destreza inmediata: Andrés y Simón aparecen “echando la red en el mar, porque eran pescadores†(Mateo 4:18). No es una captura pasiva, hay cálculo de distancia, lectura de superficie, coordinación de manos. El gesto se repite como un oficio aprendido desde temprano.

    A ese núcleo técnico se suma la estructura social del trabajo. Marcos registra que Zebedeo trabajaba “con jornaleros†(Marcos 1:20). Una sola línea describe una realidad completa, la embarcación como capital, redes como inversión, tripulación contratada, reparto de beneficios, salarios ligados al éxito de la jornada. La pesca en Genesaret se revela así como empresa ribereña, con una escala suficiente para emplear mano de obra y sostener continuidad.

    La vida de orilla se completa con escenas de movilidad y gobierno de la embarcación. Los Evangelios muestran barcas atravesando el lago, con viento y oleaje, con temor y maniobra: Jesús embarca con discípulos y sobreviene una tormenta que los obliga a la acción y a la coordinación. Esas escenas dejan una impresión muy concreta, el lago cambia, la tripulación se tensa, y la seguridad se decide en la coordinación de roles de cada tripulante. El oficio, en ese marco, se vuelve una disciplina moral, cada uno sostiene su rol para lograr un comportamiento corporativo frente a la adversidad.

    La pesca es también alimento inmediato. En Juan 21, al regresar, encuentran “un fuego de brasas, y sobre él pescado, y pan†(Juan 21:9). La imagen es notable por su sencillez técnica, brasas, pescado, pan. Trabajo que se transforma en alimento sin intermediaciones. En otro momento, el pescado aparece como parte de una alimentación comunitaria masiva, junto al pan y el pescado. La economía de la ribera se entiende así desde su origen, el pescado alimenta casas, sostiene reuniones, se reparte, se conserva cuando se necesita trasladar a grandes distancias, pero antes procesado en saladeros a la orilla del lago.

    La Escritura además registra el lenguaje comercial del oficio. El “pescador de hombres†no funciona como una metáfora ornamental: se apoya en una actividad que todos comprendían porque era visible y cotidiana. Y en la parábola de la red, se describe una captura indiscriminada y luego una selección por calidad: “la red… recoge de toda clase; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen lo bueno en cestas, y lo malo lo echan fuera†(Mateo 13:47–48). El texto conserva el procedimiento con precisión, capturar primero, clasificar después. Trabajo de orilla, manos que separan, criterio que decide valor en un acto tipico de descarte.

    En ese universo, Jesús aparece con una cercanía constante a los trabajadores del agua: camina junto a la ribera, llama a pescadores, se sube a sus barcas, enseña desde ellas, comparte alimento, atraviesa el lago con ellos. La escena de Lucas 5 tiene un detalle de enorme densidad, Jesús sube a la barca de Simón y enseña desde allí (Lucas 5:3). El barco deja de ser solo herramienta de captura; se vuelve también espacio de palabra pública. La ribera escucha, la embarcación rola y cabecea, el agua la sostiene.

    Y luego ocurre la captura extraordinaria: “encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía†(Lucas 5:6). El pasaje insiste en elementos materiales: cantidad, red, riesgo de ruptura, necesidad de ayuda, trabajo coordinado de varias embarcaciones (Lucas 5:7). Es un milagro narrado con gramática laboral: el asombro convive con la logística, el exceso convive con el límite físico del equipo.

    En Juan 21 la precisión vuelve con un número: “ciento cincuenta y tres grandes peces†(Juan 21:11). La cifra suena a parte de captura, a conteo de desembarco, a registro que alguien conserva en la memoria porque paga semanas de vida. El texto añade que, “siendo tantos, la red no se rompió†(Juan 21:11): integridad de herramienta, alivio de oficio, continuidad asegurada.

    Incluso el mundo de tributos y economía aparece filtrado por el agua. En Mateo 17, ante el impuesto del templo, Jesús habla de un pez que contiene una moneda (Mateo 17:24–27). La escena vuelve a mostrar lo mismo, la ribera convive con el cobro; la fe convive con obligaciones; la vida cotidiana se organiza con pagos. En Cafarnaúm, además, la presencia del recaudador en la costa queda sugerida por el relato vocacional de Leví/Mateo (Mateo 9:9; Marcos 2:14; Lucas 5:27), instalado en su lugar de recaudación, punto de control típico de rutas y orillas. Poco ha cambiado de fondo.

    Así, los días del pescador del Genesaret quedan delineados con una precisión sobria, noche de trabajo, amanecer de limpieza, remiendo de redes, clasificación en la orilla, descartes, movimiento de embarcaciones, comida simple a las brasas, obligaciones tributarias, empresa familiar con jornaleros, riesgo de viento y ola, y la necesidad permanente de volver a salir. Dos mil veinticinco años más tarde, el Mar Argentino amplía distancias y complejidades; la fibra humana del oficio conserva un mismo pulso, disciplina, técnica, cuidado de la herramienta, lealtad de tripulación, trabajo en equipo y aceptación de la intemperie lejos del hogar.

    Siglos mas tarde Roma impone la liturgia

    El 25 de diciembre tiene algo de hechizo matemático, cae cuando el hemisferio norte acaba de atravesar la garganta más estrecha del año, ese tramo en el que la noche se estira como si quisiera quedarse a vivir. En Roma, esa sensación no se resolvía con ternura, sino con una idea de potencia absoluta, si el mundo se oscurece, entonces hace falta un símbolo que garantice el regreso de la luz. Así aparece una fecha marcada con solemnidad en el calendario del Imperio, el Dies Natalis Solis Invicti, el “Nacimiento del Sol Invictoâ€, asociado al solsticio de invierno en el cómputo romano y celebrado como el retorno del sol.

    Y ahí sucede lo interesante, el 25 de diciembre deja de ser solamente cielo y se vuelve Estado. Cuando el Imperio atraviesa el siglo III —con fracturas internas, fronteras bajo presión y un ánimo colectivo en modo supervivencia— el emperador Aureliano entiende que la unidad también se administra con imágenes. En el año 274 d.C. dedica en Roma un gran templo a Sol Invictus y ata esa dedicación al 25 de diciembre, institucionalizando un culto capaz de hablarle a todas las provincias con el mismo lenguaje, la luz invencible que vuelve.

    El Sol, además, era un recurso político perfecto. No pertenece a una ciudad, no pide traducción, no responde a una facción. Se ve desde Britania hasta Siria, y su rutina diaria funciona como propaganda natural: cae la tarde, vuelve la mañana; llega el invierno, regresa el crecimiento de los días. Aureliano convierte ese mecanismo en narrativa imperial y lo acompaña con rito y espectáculo. En Roma, el festival del “Invicto†figura ligado a juegos de circo y carreras; el calendario tardoantiguo registra incluso la cifra ritual de treinta carreras para esa fecha.

    En ese clima, un lema como este —aunque circule hoy en forma de composición neo-latina— sintetiza con precisión el ADN de la idea romana, Salve, Sol Invicte, lux aeterna, da mihi virtutem et victoriam. Natalis Solis Invicti, renovatio mundi: resurgo cum luce nova. Su fuerza está en cómo ordena el mundo, primero invoca una fuente invencible, después pide dos cosas concretas, y por último obliga a una acción personal. “Virtutem et victoriam†suena a consigna, pero en Roma era casi ingeniería moral, virtus como excelencia con coraje, capacidad de estar a la altura, firmeza activa; victoria como consecuencia de esa alineación. Y el cierre, “renovatio mundiâ€, convierte el solsticio en un “reinicio†cósmico, el mundo se renueva y la persona se compromete a renovarse también, resurgo cum luce nova, “me levanto con una luz nuevaâ€.

    La prueba de que el 25 de diciembre ya era un punto de tensión simbólica —más allá de lo que cada tradición quisiera cargarle— aparece en un documento que, por sí solo, explica por qué este tema nunca se agota. En la Cronografía del 354 (también conocida como el Calendario de Filócalo), el mismo día alberga señales de dos universos, por un lado, la anotación de juegos “del Invicto†con treinta carreras; por el otro, el registro cristiano del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. Es el tipo de superposición que delata una competencia silenciosa, calendarios que no discuten en un ensayo, discuten en la agenda pública.

    A partir de ahí, la pregunta se escribe sola, ¿cómo se conecta el “Sol Invicto†con la Navidad? En la cultura popular, la respuesta suele tener una sola dirección y un solo verbo, como si la historia fuese copiar y pegar. La investigación, en cambio, ofrece un mapa más rico y más humano. Hay una línea interpretativa que ve en el 25 de diciembre un movimiento de sustitución cultural, una forma de reorientar una fecha ya cargada de luz victoriosa hacia una narrativa cristiana.

    Y hay otra explicación —la llamada “teoría del cálculoâ€â€” que sitúa el origen del 25 de diciembre en especulaciones cronológicas internas del cristianismo antiguo, vínculos simbólicos entre concepción y muerte, cálculos sobre el 25 de marzo y su proyección hacia nueve meses después, y tradiciones cronográficas que van sedimentando. El debate moderno revisa ambas rutas, discute qué evidencia pesa más y en qué dirección pudo haber influido cada calendario sobre el otro.

    En términos culturales, la transición se entiende como una obra de arquitectura, símbolos viejos que cambian de nombre sin cambiar de función. La corona radiada y el pesebre parecen opuestos, pero ambos responden a la misma necesidad humana de mediados del invierno, afirmar que la oscuridad tiene fecha de vencimiento. En Roma, esa promesa se decía en voz alta con carreras, templos y monedas; en el cristianismo, con liturgia y relato sagrado; en el mundo moderno, con rituales domésticos, luces eléctricas y la intuición persistente de que el año “vuelve a empezar†cuando todo parecía terminar.

    Por eso, cuando hoy alguien del mundo gregoriano lee o repite “resurgo cum luce novaâ€, lo que se activa no es un dato arqueológico, se activa una mentalidad. La Roma tardía, tan pragmática como teatral, supo convertir un fenómeno astronómico en tecnología social, darle a millones de personas un marco para atravesar el tramo más oscuro con una idea de victoria. El solsticio ofrecía la señal; el Imperio ofrecía la puesta en escena; el individuo recibía una consigna íntima, casi un contrato consigo mismo, levantarse con una luz nueva de esperanza y renacimiento.

    Y quizá ahí esté el secreto de la longevidad y persistencia del 25 de diciembre como fecha puntual. Cambian los nombres, cambian los relatos, cambian los dioses, pero el nervio y su columna esencial sigue intacto; el momento en que la noche parece invencible es exactamente el momento en que empieza a perder…

    Tengan todos, muy Feliz Navidad rodeados de afectos, con esperanza, paz, salud, armonía y trabajo.

    25 de diciembre Navidad
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