Una fuerte tormenta de nieve, granizo y viento desatada en el canal Beagle, no le permitió a un grupo de expedicionarios, poder llegar hasta los restos de la embarcación que se hundió frente a la ciudad fueguina de Ushuaia cuando realizaba un viaje de placer, del cual sobrevivieron todos sus ocupantes a excepción del capitán.
La expedición llevada a cabo este fin de semana fue liderada por el Ing. Carlos Pane y un equipo de estudiantes, tenía planeado alcanzar con buzos y drones submarinos, el lugar donde se encuentran las cabinas y las chimeneas de la embarcación, a unos 30 o 35 metros de profundidad”. El objetivo principal era filmar la “lámpara de navegación” del barco -un artefacto de “las dimensiones de una heladera doméstica- y otros elementos de interés.
Una serie de dificultades complicaron la travesía ya que por un lado una alerta de las autoridades sobre la presencia de orcas en la zona hizo desistir de la inmersión de los buzos y, por otra parte, un temporal provocó problemas en el manejo remoto de los drones.
Pane relató que “el capitán del buque no pudo anclar en el sitio del naufragio por el oleaje y debió permanecer en movimiento, lo que era una amenaza para el cable de los drones que había que mantener lejos de las hélices. Se desató una tormenta con viento y mucha corriente y mar de fondo que nos dificultaba guiar los drones y conspiraba contra la claridad de las imágenes. Llegamos a los 30 metros de profundidad pero era difícil seguir así la búsqueda”.
Pane es ingeniero electrónico graduado en la Universidad Tecnológica Nacional, trabajó en el sector privado y se convirtió en investigador y docente de la UNTDF, y como parte de un proyecto de emprendedores gestado en el ámbito académico, conformó junto a un grupo de alumnos una empresa, con cuyo equipo ya exploró en febrero de este año el naufragio del “Vapor Sarmiento”, un barco de carga y de pasajeros encallado frente a la Estancia Remolino desde 1912.
“Queríamos ver el estado de las cabinas del ‘Monte Cervantes’ y buscar la lámpara de navegación. Sabíamos que hay sectores colapsados y que todo ha sido invadido por la vegetación marina, pero queríamos igualmente hacer un registro actualizado de los restos”, relató el Ingeniero.
El catamarán “Elisabetta I” trasladó a los expedicionarios hasta las coordenadas del lugar del naufragio. Se utilizaron dos ROV (Remote Operated Vehicle) de origen chino, equipados con seis motores eléctricos, luces frontales, cámaras para filmar en definición 4K y baterías con una autonomía de entre dos y tres horas.
Estos ROV pueden descender hasta los 100 y 150 metros de profundidad y las imágenes que transmiten se pueden observar en directo a través de monitores en el centro de comando. El grupo sumergió los robots y al poco tiempo logró llegar a una profundidad de 25 metros, presentándose dificultades por las condiciones climáticas por un frente de tormenta.
El Ingeniero además detalló sobre las tareas que iban a llevar a cabo que “los equipos comandados por control remoto desde la superficie usan un cable, que es un tema de cuidado para los operadores porque puede enredarse en algas u otros obstáculos bajo el mar. Además, en este caso la tormenta produjo que el cable de los drones actuara como una vela, y la corriente los llevó fuera de la ruta pretendida. Después de recuperar los aparatos desde la profundidad del mar, la expedición inició su regreso a Ushuaia en medio del temporal. Nuestra idea no persigue ningún fin económico y sigue siendo la de relevar el patrimonio cultural para visibilizarlo y que después los expertos en el tema decidan los pasos a seguir. La campaña no concluye con este episodio sino que esperamos continuarla en el futuro”, destacando además que habían elegido justamente el mes de julio para realizar la expedición, ya que es la época de menor actividad biológica en el agua y entonces la de mayor visibilidad, lo que compensa el hecho de contar con menos horas de luz solar.
La curiosa historia de la embarcación, tiene dos puntos salientes y curiosos: se hundió dos veces. La primera en 1930 cuando naufragó y la segunda en 1954 cuando intentaron reflotarlo.
La curiosa historia relata que en el año 2000, un equipo alemán había logrado captar imágenes del casco de 160 metros de eslora y 30 de manga a través de un drone, que pudo descender hasta 138 metros de profundidad, pero los buzos tuvieron que desistir por la fuerte marejada, resultando herido uno de ellos en un oído.
El “Monte Cervantes” era un buque mixto de carga y pasajeros alemán que había sido botado el 25 de agosto de 1927 y que unía Buenos Aires con Punta Arenas en el vecino país de Chile, pasando por Puerto Madryn en la provincia de Chubut.
El 22 de enero de 1930, después de una recalada en Ushuaia, zarpó y al poco tiempo chocó contra un bajo fondo. El impacto causó un rumbo que inundó bodegas y camarotes bajos, con lo que el barco se inclinó y comenzó a irse a pique.
El capitán de la embarcación era Teodoro Dreyer, quien consiguió maniobrar hasta unos islotes, bajar los botes salvavidas y poner a salvo a los 1200 pasajeros y 300 tripulantes.
Por ese entonces Ushuaia –que tenía apenas 800 habitantes- contaba solo con una pensión con cuatro camas, los náufragos debieron repartirse en casas de familia y en la Unidad Penal.
El capitán Dreyer fue la única víctima del naufragio, aunque la forma en que murió sigue siendo un misterio: se dice que regresó al barco y tuvo un accidente, mientras que otros sostienen que decidió hundirse con su nave como manda la tradición, su cuerpo nunca apareció y su viuda llegó a ofrecer una recompensa por información sobre su esposo.
La otra parte curiosa es el intento del año 1954, donde se pretendía reflotar el buque, que si bien se logró, durante su remolque a Ushuaia el casco se partió y se hundió de nuevo, en esa ocasión a mayor profundidad de la que se encontraba, participando en la maniobra el remolcador “Saint Christopher” que terminó varando en la costa de Ushuaia y fue abandonado en el lugar.