La bandera creada el 27 de febrero de 1812 durante la lucha por la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, por Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, con los colores celeste y blanco manteniendo los colores de la escarapela, y a pesar de las discusiones históricas sobre si era celeste, azul-celeste o azul, simboliza algo más que una simple bandera.
Su creación para la historia argentina permanente y perpetua, seguramente tenía otra significancia para el abogado, economista, político, periodista, diplomático y militar argentino.
La creación del Pabellón Nacional seguramente tenía la intención de ser un manto que cobije a una Nación que estaba naciendo y que sintiese el orgullo de ser enarbolada no solo en el propio suelo sino también en todo el mundo.
Hoy es difícil que ese mandamiento tácito pueda cumplirse.
Luchas intestinas de sectores políticos, intereses creados, sospechas, malversaciones, incongruencias de todo tipo, no eran siquiera el pensamiento de su creador, al cual pretendieron homenajear a través de un monumento a la vera del río Paraná y recordarlo así para toda la eternidad.
El símbolo máximo de una nación hoy parece estar hecho girones, triste y lastimosamente, por los propios que deberían defenderlo.
Observar, analizar y tratar de sacar conjeturas sobre un país como el nuestro es muy difícil, tal vez porque tenga demasiados argentinos que poco recordarán los símbolos patrios y porqué cada 20 de junio es feriado o día no laborable para muchos sectores.
Un país que cada día se fractura más: de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, de partido en partido, de provincia en provincia, haciéndolo sin prisa pero sin pausa, como si ese camino inexorable de la desunión es el que nos han trazado. Nada más lejos de la realidad de aquello planteado hace nada menos que 200 años a esta parte.
Poco importa si la bandera argentina debe llevar un sol incaico en su centro, o con sus franjas celestes y blanca, alcanza.
Lo que no estaría alcanzando es la razón de ser, de estar codo a codo, de dialogar y trabajar por el otro. Algo que hoy no ocurre y que en los últimos días pudimos observarlo bien claro en el sector productivo que es el leitmotiv de nuestro trabajo.
Un intendente que sale “al cruce” porque se lo pidieron, cuando desconoce cómo es el puerto y mucho menos sus intransitables calles, un gobernador que sí “sale al cruce”, pero con una carga de inicio de renovación política en su provincia y con un total desconocimiento de la realidad o picardía política o malos asesoramientos. Ni hablar de aquellos que deben legislar, desde lo local, pasando por lo provincial y con una total desatención a nivel nacional.
No es que miren hacia un costado, solo que no pueden mirar. Algunos por vergüenza, otros por desinterés y en el mejor de los casos por desconocimiento y la ausencia casi innata de deseo de aprendizaje.
Funcionarios que buscan mejorar sectores productivos en la inmensa cadena laboral que significa un sector como el pesquero, del que nadie parece entender de qué se trata si no son parte involucrada, pero son los menos, los que aún siguen escaseando.
Opiniones por el solo hecho de ocupar un espacio o rellenarlo, sobre todo en algunos medios de comunicación, aunque algún viejo maestro del periodismo sostenga que “no se hace periodismo de periodistas”. Digamos todo. Hoy el paradigma es otro.
Una y otra vez, y no nos cansaremos de repetirlo, para que aprendan quienes quieran hacerlo, que un entramado productivo como lo es el pesquero, no se encuentra en cualquier parte de un país que conoce más de distancias que lo único que hacen es agregarle valor a costos hoy difíciles de afrontar.
Y nosotros lo tenemos ahí, frente a nuestras narices y distribuido en apenas cinco provincias con un litoral marítimo por excelencia y con un caladero destacado a nivel mundial, que evidencia que al tenerlo tan cerca no podemos llegar a verlo con claridad.
Tener un país con características dispares, con gente que se anima a todo, que es capaz de soportar las temperaturas más bajas o los calores más intensos, sin dejar de valorar los que día a día arriesgan literalmente su vida en el tan mencionado y en gran parte desatendido Mar Argentino.
Las fracturas, los quiebres, los egoísmos, no es lo que merecemos, porque en un país, con tamañas características de labor, de capacidades, donde aún queda gente de bien, no podemos otra cosa que correr hacia un lado a aquellos que solo quieren para ellos su propio beneficio sin pensar en el otro.
Para eso creó la Bandera Nacional Manuel Belgrano. Para que cobije a los hombres de bien que quieran un país grande y productivo. Aún estamos a tiempo.