La economía pesquera argentina atraviesa nuevamente un momento crítico, un punto de inflexión que demanda claridad, audacia y transformación. Las decisiones políticas actuales han trazado un camino que busca sincerar el sistema económico, despojándose de las distorsiones que durante décadas lo han debilitado.
Este cambio, basado en la eliminación de la emisión espuria y en la limitación del circulante al nivel exigido por la demanda natural, expone a todos los actores económicos a un escenario en el que la eficiencia y la idoneidad ya no son virtudes opcionales, sino condiciones ineludibles para la supervivencia. El sector, habituado a que en momentos críticos aparecía el salvador salto del Tipo de Cambio, deberá adaptarse a una situación por demás crítica y que podría comprometer reservas genuinas para sustentar un estilo que las variables de hoy no lo justifican ni lo permiten. La mentira de un modelo inflacionario y del Estado salvador llevó a desajustes, a hábitos de administración empresaria que hoy deberán permanecer al menos 3 años más en el placard.
El modelo rotó pulverizando en un año todas las rentabilidades que tenía el sector. Parar las pirámides por el vértice tiene un costo casi imposible, la inestabilidad es exponencialmente proporcional a su intento. El sistema se tornó crítico, en descenso y en algunas latitudes y especies, en caída libre. Preocupante.
Dos fenómenos emergen como protagonistas de esta metamorfosis. Por un lado, los mercados de consumo, profundamente alterados tras la pandemia, han desplazado su centro de gravedad hacia el disfrute y la calidad de vida, relegando sectores tradicionales como la gastronomía a una lucha por la reinvención frente a competidores ágiles y de fácil acceso como los proveedores de especies de cultivo. Por otro lado, el viraje hacia un modelo económico austero y orientado a la eficiencia impone exigencias severas a sectores empresariales que, hasta ahora, se habían acostumbrado a operar bajo las premisas de rentabilidades casi garantizadas.
El sector langostinero, otrora paradigma de éxito y rentabilidad entre 2017 y 2021, es hoy un reflejo de las lecciones más crudas que la economía puede impartir. Los ciclos económicos, como las estaciones de la naturaleza, son inevitables. La economía, al igual que los organismos vivos, atraviesa etapas ineludibles de nacimiento, crecimiento, madurez y declive. Pretender detener o ignorar estas etapas es tan inútil como desafiar las leyes fundamentales del cambio y de la naturaleza. Más aún, cuando en lugar de una reestructuración prudente y estratégica, se prioriza una expansión desmedida, las consecuencias no solo son aceleradas, sino también devastadoras. Por supuesto que de esto se sale, algunos con perseverancia y otros con fuertes correcciones.
El Paradigma de la eficiencia: El Imperativo de adaptarse o perecer
El panorama exige una reconfiguración urgente. Buscar la rentabilidad. La rigidez inherente a los llamados «derechos adquiridos», profundamente arraigados en la estructura gremial y social, se contrapone al dinamismo que exige la economía pesquera moderna que desea imponer la búsqueda de rentabilidad perdida en un ajuste de salarios, al menos los genuinos, como si quienes pretenden hacerlo fuesen distintos a los que alimentan tablas por afuera de lo acordado. Todos los participantes lo saben. Los costos laborales, que se incrementan incluso en tiempos de contracción, se han convertido en un peso difícil de soportar para las empresas que no logran adaptarse al cambio. La sustentabilidad económica ya no se logra mediante privilegios ni atajos, sino a través de una eficiencia tangible y medible. Proveedores, servicios y una mejor administración de la estructura empresarial es el camino. Hay en argentina empresas del sector con más caciques que indios, sin dudas, el ajuste les llegara primero, o quedaran en el intento. El lobby será reemplazado por el trabajo criterioso, medido, equitativo y justo.
El sector pesquero de Mar del Plata parece haber iniciado el ajuste mucho antes, en un proceso ineludible, como si las fuerzas que rigen el sistema hubiesen comenzado, por sí mismas, a corregir sus excesos. La merluza, que hace un año alcanzaba un valor de $1000 con un tipo de cambio de $850 y bajo un conjunto de costos laborales, de proveedores y de servicios e impositivos razonables, ha visto su precio reducirse a $650 en el muelle. Esto, a pesar de la duplicación de los costos y un tipo de cambio elevado a $1032, refleja el peso inquebrantable del ajuste, que no es sino una manifestación del orden necesario que emerge en momentos de desequilibrio. Doloroso, sí, pero también inevitable.
En el caso del langostino, el impacto ha sido igualmente severo, pero recién ahora inician un implacable sinceramiento de variables. Una caída abrupta en las ventas, acompañada por un incipiente alejamiento de la cadena de pagos, ha llevado al sector a buscar respuestas en la adaptación gradual, intentando mitigar los efectos a través de un ajuste en el tiempo. Esa vaga idea de pescar menos para ganar mas ni siquiera esgrime punto de partida. Los precios internacionales ni se enteran que el complejo langostinero chubutense esta parado por razones biológicas. Lo que no demanda de Chubut, lo demandara de Ecuador, y el ciclo se cierra con una perdida de mercado sustancial, en el caso de no poder satisfacer la demanda. La realidad es otra. La sobreoferta espera de esta ralentización de capturas como consecuencia del marco biológico de la especie para intentar crear una inexistente demanda. Este proceso, aunque atribuido en parte a la protección del medio biológico, también evidencia cómo las exacerbaciones en los valores de mercado han desestabilizado los frágiles equilibrios internos del sector pesquero. El langostino ha experimentado un declive significativo en su demanda, mientras que los costos continuaron su imparable escalada. El cilo se cumpkira en forma implacable. La consecuencia de esta dinámica ha sido la paralización de la flota, atrapada en un dilema que combina restricciones biológicas —como la captura de tallas menores— y una flota que en dos meses de trabajo completo al máximo la capacidad instalada de frio de su complejo exportador, habiendo extraído algma mas de 52.000 toneladas de marisco en apenas dos meses. No es una cifra menor, pero su comercialización se enfrenta a serios desafíos sin demanda y con caida sustancial de precios al menos en L2 ;y en el L3 casi desaparecido.
Si concebimos esta situación desde la perspectiva de las leyes universales, es evidente que el sistema busca, con dificultad y resistencia, un equilibrio que reconcilie las tensiones internas y externas. La economía del sector pesquero, como cualquier expresión de la naturaleza, no puede escapar a los principios que rigen su existencia: el ajuste, por doloroso que sea, es la única vía hacia una estabilidad duradera. Aquello que ahora parece crisis no es más que la manifestación de un orden superior que, a través del cambio, nos recuerda la necesidad de adaptarse y evolucionar.
El Ajuste como ley natural e inapelable
Este nuevo modelo económico no ofrece concesiones. El ajuste ya no es una opción, sino una imposición de la realidad. La posibilidad de un «modelo Robin Hood», donde la ilegalidad se convierte en una herramienta de supervivencia, pone en evidencia la gravedad del momento: la economía se despoja de sus velos y expone la crudeza de sus reglas más fundamentales. Con controles en los puertos y sobre los barcos, la actividad comienza a crujir.
La lección que los ciclos económicos argentinos enseñan es categórica: cuando los sectores no resuelven sus problemas estructurales, las consecuencias se expanden como ondas en un estanque, afectando a toda la estructura social y económica. La sustentabilidad económica y la rentabilidad ya no es un ideal abstracto; es una necesidad imperiosa que exige sacrificios, previsión y, sobre todo, capacidad de adaptación.
Este escenario económico puede entenderse como una manifestación de la selección natural en el ámbito empresarial: únicamente aquellos que se adaptan con rapidez e inteligencia a las presiones del entorno lograrán sobrevivir. Los más fuertes no son los que permanecen inmóviles, sino los que evolucionan con cada cambio, por doloroso que sea.
Este proceso con profundidad filosófica evidencia que los sistemas humanos, como toda manifestación de la naturaleza, buscan el equilibrio. Sin embargo, este equilibrio no es un estado estático ni garantizado; es el resultado de una adaptación constante a las leyes universales del cambio y la necesidad. La economía, al igual que el universo, prospera cuando los individuos y las colectividades armonizan sus acciones con las fuerzas inmutables que rigen su existencia.
La pesca argentina, en este nuevo ciclo, donde el Estado no viene a salvar, por el contrario, a cobrar más por los recursos vivos del mar argentino y a través de tasas e impuestos, tiene la oportunidad de demostrar que la capacidad de adaptación y cambio no solo son posibles, sino esenciales para construir un futuro en el que la eficiencia y la sustentabilidad se erijan como pilares inquebrantables, pero sabiendo que puede haber participantes que difícilmente soportaran el cambio. Sin esta transformación, el modelo corre el riesgo de repetir los errores del pasado, condenando a la repetición de un ciclo que, como la naturaleza misma, es implacable, cíclica y ajeno a las voluntades humanas cuando las exageraciones provinieron de sus propios participantes; en el tránsito, algunos grupos podran perecer.