“Es por ahí” es la frase que se ha incorporado desde algún tiempo al léxico de algunos argentinos. Frase que es aplicable a indistintas cuestiones y situaciones.
Es por ahí decimos nosotros también. Es por ahí donde hay trabajo, es por ahí donde se generan las posibilidades, donde conviven el trabajo y el ocio, todo es posible.
Para quienes transitamos desde toda la vida las calles y los interiores de la banquina (donde no existían denominaciones como Terminales 2 y 3 por ejemplo), sino que era el muelle de ultramar, el muelle grande o el muelle chico de la banquina, entre otras formas de nombrarlo, es un paseo habitual o bien un área de trabajo.
En esta mezcla de recreación y trabajo, donde pueden convivir en mesas contiguas a la hora de almorzar por ejemplo trabajadores con turistas todo es posible, la charla cruzada y la intervención de alguna anécdota que es festejada por el desconocido vecino de mesa.
Lo que es habitual para nosotros no lo es por ejemplo para los risueños tripulantes del “barco” turístico “Olitas”, que no es otro que un vehículo adaptado con forma de barco y que traslada a los turistas por distintos circuitos, entre ellos el puerto marplatense.
El primero en bajar es un señor muy canoso de algo más de 60 años y que fue el disparador de nuestras consultas, no solo para él, sino también para sus acompañantes.
¿Conocían este lugar? Fue la consulta generalizada de parte de PESCARE.
Ricardo, es de la provincia de Córdoba y su acento es muy particular: “¿Si lo conozco? Casi que lo vi crecer, vengo a Mar del Plata desde hace 50 años, no he fallado un año, me tendrían que dar un premio. Este lugar es hermoso, siempre me quedo mirando las lanchas, ahora hay pocas, capaz que están pescando, antes los lobos no estaban ahí, pero ustedes no tienen una idea de lo que es este lugar, yo cuando lo veo en televisión siempre pienso en qué fecha voy a ir el año próximo”.
Ofelia, compañero de nuestro primer entrevistado se acerca con aire cómplice: “es un exagerado, igual yo siempre le digo que en otra vida él debe haber sido uno de estos pescadores que se ven en las lanchas, porque tiene una locura increíble, no le importa la playa, el casino, nada, él quiere venir al puerto a ver las lanchas”.
Gerardo es un oficinista que vive en CABA desde los 6 años, confiesa tener 44 y nos cuenta: “claro que conocía este lugar, he venido unas 10 veces por lo menos y siempre pienso lo mismo, si tuviese que trabajar arriba de un barco creo que me moriría de hambre porque no trabajaría, yo observo a la gente y les saco fotos con el celu y después se los muestro en la oficina, sobre todo cuando hay algún compañero nuevo, es increíble el coraje y el sacrificio que hacen, en Capital no le damos dimensión, pero es una profesión para aplaudir de pie como en el teatro”.
Las opiniones son prácticamente coincidentes, siguen el hilo conductor de la admiración por el sacrificio que ven en los trabajadores portuarios, los que están arriba del muelle y los que aún en día sábado están sobre los barcos, donde la piqueta no deja quitar restos de óxido en varios barcos o bien las manos entrenadas que visten por ejemplo el B/P Florida Blanca, donde la pintura antióxido no solo lo embellece sino que también lo protege del diario desgaste que contra presta el mar.
«Venga don, oiga”, así se presenta Cristina, porteña como se auto presentó, quien de la mano de Ana, nacida en Venezuela y desde hace dos años viviendo en la Argentina, casi a modo de advertencia nos dijo “la traje a Ana para que conozca algo que no existe en todo el mundo, espero que no esté como el año pasado, donde los lobos marinos, que son hermosos, andaban en la misma calle, a mí me encantan y a ella también, pero no está tan bueno que estén en la calle porque hacen sus necesidades en cualquier lado, son animalitos ya lo sé, pero eso no es muy lindo, espero que puedan hacer algo”.
Entre los varios testimonios recorridos Juan José, jubilado, 75 años, ex trabajador de ferrocarriles se presta al diálogo para contarnos: “usted no sabe lo que lamento no haber podido venir aunque sea una vez en el tren carguero que venía acá, trabajé en los ferrocarriles argentinos pero estaba en otra rama. Lo escuché preguntar si conocíamos este lugar. Yo vengo cada vez que puedo a Mar del Plata, y le voy a hacer una crítica, ustedes no se dan cuenta del lugar que tienen acá, con este puerto con mucho olor, pero es olor a puerto, esto es hermoso, y a mí me parece que ustedes no se dan cuenta, se lo digo con todo respeto”.
Todos los testimonios son valederos, en concordancia o en disonancia, casi como es el puerto marplatense, donde al aire libre y codo a codo pueden almorzar y dialogar trabajadores y turistas. Estos últimos seguirán paseando, los primeros ya toman sus cascos, sus infaltables teléfonos celulares y allí van, camino al astillero dentro del puerto una vez más. Hay mucho trabajo por hacer aún. Nos alejamos con la sensación que a veces, tenemos las cosas a mano, y no la sabemos vender, la historia, el lugar, los personajes de la banquina chica, las anécdotas, las lanchas, los lobos marinos, hasta el palo enjabonado de la vieja fiesta de los pescadores, que era un tributo a históricos pescadores, y la posibilidad de ser el nexo al resto de la Argentina, donde un plato de fideos con mariscos, sabe muchísimo mejor que en cualquier resto de primer nivel de Buenos Aires. Mar del Plata y su puerto tiene todo, a veces, no nos damos cuenta.