En este 25 de diciembre de 2024, el puerto despierta bajo el influjo de un paisaje detenido, inerte, casi como una postal que, por un día, abandona su bullicio característico.
Tres cosas parecen quedar en claro en el puerto hoy, en Navidad. Los ciclos vitales de las condiciones diarias de la meteorología son inevitablemente iguales a las de otros días, la marca de la pleamar y la bajamar parecen inalterables a pesar del viento que no termina de dejar alcanzar los niveles de bajamar pronosticados. Con más agua, los muelles parecen inflarse de barcos húmedos de un día que lejos de parecer estival, reflejan el frío húmedo de la noche. El día inicia con una extraña contradicción estacional. A las 6:20 de la mañana, el termómetro marca unos inesperados 13°C. El viento del sur barre las costas con un murmullo constante, cargando el aire de sal y un frío que desafía la idea misma de verano.
No hay ruidos, acá donde el silencio no es ausencia, sino una pausa cargada de significados: el viento que cruza entre cabos, cables y estáis de proa sobrevive como único: es el silbido en un espacio donde las máquinas, por hoy, están en descanso.
No hay martillos ni golpes, es el viento quien tiene en su haber algo positivo, su movimiento es dueño amo y señor del lugar.
La fuerza del trabajo parece detenida en un día donde el descanso hace a este ruidoso lugar convertirlo en una fotografía.
Es la celebración del natalicio del niño Jesús para el creyente; y el hombre de mar, con quien en cada tormenta comulga el marino, fiel a su creencia detiene máquinas para recuperar un año de duro trabajo.
No fue un año fácil. Reacomodamientos de salarios, imaginaciones que atentaban contra la imprevisibilidad y viabilidad de una actividad que se realiza en un ámbito hostil, donde una cosa es el pronóstico, y otra distinta es estar en movimiento lejos de casa, donde miles de pensamientos invaden la cabeza de quienes muchas veces dependen de un fluido, o de una simple chaveta en un encrucijado componente de máquinas que instantáneamente se repasa en el mente del maquinista en tan solo unas milésimas de segundo, mientras el embate de cada ola sacude la estantería y hace vibrar el alma que cada golpe forja el temple del hombre de mar.
Esas son las verdaderas fuerzas del cielo, que el marino conoce a diario, en una comunión entre el ser y lo divino, por eso hoy está, en paz, descansando, celebrando con sus seres queridos y agradeciendo que el bien más preciado es la propia vida y su familia, el resto, algun dia entenderá que solo es un entretenimiento.
Depender la vida de un ser humano de un mísero fierro en medio del Atlántico no es tarea menor, por eso en tierra, el mantenimiento es tantas veces necesario y responsablemente exigido, a pesar de molestar cada cambio de chapa, mecanismo o elemento que atenta contra la seguridad del hombre de mar, para quienes, desde el escritorio determinan si es imperioso o no hacerlo porque de eso se termina perdiendo algún día de pesca.
Por estas horas, en el mar argentino, o mejor dicho «en el infinito mar argentino» solo 5 buques pesqueros lo surcan, en altas latitudes, el gigante Centurión del Atlántico, y el Echizen Maru; a la altura del Golfo San Jorge, el Atlantic Surf III, al borde de las 200, y mas adentro, el centollero Tango I, mientras acá en el norte, a la altura de Mar Chiquita, pero a más de 120 millas de la costa, el Capesante busca vieiras raspando el fondo marino.
Mientras que, del área petrolera y gasífera, en el Atlántico sur ,a la altura de Tierra del Fuego, el ritmo de buques de apoyo logístico, supply, perforadores y sísmicos nunca se detuvo. El ritmo es enloquecedor, las cuencas petroleras cercanas a la costa entre Islas de Los Estados y el Estrecho de Magallanes parecen tener muchísimo gas que desde hace 30 años se explota abasteciendo el 40% del consumo del país, pero todo promete alcanzar nuevos máximos, mientras se busca, perfora y explota.
Más al Norte, a la altura de Carmen de Patagones y a 140 millas náuticas al sudeste de Necochea, la esperanza de encontrar hidrocarburos con base de operaciones en el puerto de Mar del Plata, reinició la primera semana de diciembre la etapa de prospección, el sísmico PxGeo2, junto a sus buques de apoyo logístico, van y vuelven formando una elipse recorriendo una zona intentando levantar información de cada centímetro del perfil del subfondo marino en CAN-107 y CAN-109.
Algunos pocos buques de transporte menores a 160 metros de eslora continúan como un día más; es que parece que Navidad solo es en el continente. La inmensa flota pesquera argentina yace en puertos, y a pesar de la plena operatoria en la exitosa zafra de langostino en aguas bajo jurisdicción de Chubut, también la flota de costeros amarillos se cobija en Rawson. Todo parece estático, pero solo por este día.
La flota potera, que encuentra en este puerto un espacio de resguardo transitorio mientras sus operaciones se desarrollan en otros destinos, se suma a la actividad local en una convivencia de preparativos y expectativas. Todo parece dispuesto para una nueva travesía que dará inicio en los primeros días de enero. En vísperas de la zarpada, cada nave ha sido cuidadosamente reparada y alistada, lista para enfrentar seis meses de zafra en busca del único recurso marino cuya rentabilidad positiva se equipara a los desafíos y riesgos que la aventura de la pesca del calamar illex conlleva.
El panorama en el puerto es lúgubre, sombrío, pero ¡si hasta las gaviotas parecen estar buscando el hangar..!, el viento las corre presurosas por su refugio mientras los lobos marinos parecen dueños del lugar.
Así un 25 de diciembre amanece en el principal puerto de descargas del país. La suerte está echada para el año, y la esperanza de un futuro mejor toma envión para reiniciar los próximos días de enero, recordando en cada zarpada, sobre estribor, la figura de San Salvador, quien rinde protección en cada aventura y con la certeza que cada golpe de mar, es un vínculo entre Jesús y el marino; el pescador lo sabe, por eso en este día de descanso, el marinero agradece, consciente que su más preciado tesoro es la vida misma, la familia que lo espera y el coraje que lo impulsa a surcar nuevamente las aguas.