Con 30,46 metros de eslora, 8,67 de manga y 4,30 de puntal, el remolcador Kyokko Rúa fue durante casi seis décadas un sÃmbolo de potencia, nobleza y precisión en el trabajo portuario.
Impulsado por dos motores Fuji 6SD37BH, con una potencia total de 3.300 HP en dos lÃneas de eje con hélice de paso variable que le otorgaban una fuerza de tiro a punto fijo de 49 toneladas, representó, en su tiempo, una de las unidades más confiables y robustas de su tipo.
Construido en 1969 en los astilleros Kanagawa Shipbuilding (Japón), el Kyokko Rúa operó en Asia durante varios años antes de arribar al paÃs. Su primera escala de operaciones en argentina fue el Puerto de Quequén, donde prestó servicio con barcos cerealeros y de ultramar, hasta que en septiembre de 2016 fue trasladado a Mar del Plata para incorporarse a la flota de Remolcadores Mar del Plata (Rua).
Desde entonces, acompañó el crecimiento operativo del puerto, asistiendo buques portacontenedores y pesqueros con una maniobrabilidad que marcó la época.
El 30 de octubre de 2025, ayer, tras un proceso de desactivación ejemplar que demandó dos años de trabajo meticuloso, en lo operativo, pero abrumador, en lo administrativo, el Kyokko Rúa concluyó su vida activa con un hundimiento controlado en el Parque Submarino Cristo Rey, a la vista del grupo de buceo Thalassa. Fue su última maniobra; tan precisa y sobria como todas las anteriores.
Preparativos: ingenierÃa y memoria
Durante dos años amarrado en el muelle de la Base Naval Mar del Plata, el remolcador fue desarmado meticulosamente.
Se retiraron los motores principales, generadores, sistemas eléctricos, instalaciones de cocina, comedor, camarotes y timonera. Quedó por dentro totalmente desprovisto de todo; solo el casco y unas pocas estructuras de sostén de la cubierta; mamparos perforados para que el agua ingrese nivelada.
Cada pieza se desmontó con criterio y planificación técnica sin errores y con la certeza del trabajo bajo normas de seguridad, por tratarse de equipos pesados y en reducido espacio.

Las tareas se ejecutaron conforme a los más altos estándares ambientales y de seguridad, en estricto cumplimiento con el Convenio MARPOL. Se efectuó una limpieza integral de tanques de combustible, lubricantes y aguas negras, bajo supervisión de la Prefectura Naval Argentina, garantizando la eliminación total de sustancias contaminantes. El resultado fue óptimo; minutos después del hundimiento, la superficie del mar no presentaba ningún vestigio visible de contaminación.
El equipo técnico de Remolcadores Mar del Plata, en coordinación con Canal & Canal, firma marplatense especializada en buceo y salvamento profesional con más de 60 años de experiencia en operaciones subacuas, liderada por un referente del rubro como Jorge Canal, desarrolló una planificación precisa y meticulosa para la fase final del operativo. Cada válvula de casco fue repasada para el ingreso de agua y ademas se quitó la condición de estanqueidad entre mamparos.

El objetivo era claro y excluÃa cualquier margen de error; lograr un hundimiento perfectamente estable, sin torsiones, sin escora y con impacto ambiental nulo.
La maniobra
Pasadas las 07:30 de la mañana, la sala de máquinas del Austral pusieron en marcha los dos propulsores para tener disponibilidad a las ordenes del capitan en el puente de mando. Ya a las 08:00, el Kyokko Rúa soltó su último amarre en el espigón de la BNMDP.
El remolcador Austral, a cargo del tiro principal, y el Remarsa I, en función de timón, condujeron la maniobra bajo la supervisión general de Sergio Di Napoli, titular de Remolcadores Mar del Plata.
En el Remarsa I viajaban miembros del Grupo Thalassa de buceo profesional, representantes del Parque Submarino Cristo Rey, personal invitado y la tripulación estable del remolcador.
Desde el Austral, un equipo de profesionales que con delicadeza en cada maniobra del potente remolcador llevó adelante las operaciones sin tensiones y con tiro constante en cada fase del operativo.
El dÃa amaneció fresco, con viento del ENE de 5 nudos y mar calmo, ideal para una operación quirúrgica como la planificada.
El ambiente en las cubiertas era de concentración y respeto.
Nadie hablaba más de lo necesario, los gestos reemplazaban las órdenes, mientras a lo lejos media docena de gomones con buzos del equipo profesional de Thalassa, el Guardacostas GC 66 RÃo Luján y la lancha del práctico, hasta algo mas de 5 cables de la boca del puerto acompañaron la maniobra.
El descenso
Al alcanzar la posición final —Latitud 38° 10,261′ S / Longitud 57° 26,722′ W—, el equipo de buzos profesionales, ya a bordo del Kyokko Rúa, procedió con la apertura meticulosa de las válvulas de casco, permitiendo asà el ingreso controlado, simétrico y gradual del agua de mar.
El buque, obediente a la fÃsica y al pulso exacto de la ingenierÃa naval, comenzó su descenso con una serenidad majestuosa, esa elegancia inefable que solo la conjunción del cálculo hidrostático, la experiencia marinera y el respeto por la técnica pueden conferir a un hundimiento deliberado.
Durante setenta minutos, el Kyokko Rúa descendió adrizado, libre de torsiones o desplazamientos laterales, evidenciando una maniobra diseñada con precisión milimétrica para preservar el equilibrio hidrodinámico en cada fase del proceso.
A las 12:50, la superficie del mar clausuró con delicadeza su cubierta. Tres minutos después, una ligera escora a estribor anunció el epÃlogo inevitable: la nave, obedeciendo a su peso distribuido y a la dinámica del flujo entrante, se recostó lentamente sobre su costado de estribor, cayendo con dignidad de popa hasta besar el lecho marino, rebotando en él apenas, como si su acero se negara por un instante a rendirse a la profundidad.
A las 13:00, el Kyokko Rúa desapareció por completo bajo la superficie, exhalando su último aliento en una burbuja de aire, espuma y sonido: una respiración metálica, densa, que selló su tránsito del mundo visible al silencio lugar donde residirá hasta su desaparición.
El mar respondió con su único lenguaje —el de las fuerzas elementales— mientras las bocinas del Guardacostas CG-66 RÃo Luján, el Remarsa I y el Austral entonaban, al unÃsono, una despedida grave y ceremonial.
No hubo aplausos, ni palabras, ni gestos superfluos, solo el mar, testigo perpetuo, pronunciando su adiós en un murmullo profundo, mientras cada hombre en cubierta guardaba el silencio reverente de quien presencia el final de una leyenda.
Minutos después, buzos del Guardacostas pertenecientes a la delegación Mar del Plata de Prefectura Naval Argentina, descendieron a mas de 13 metros para ver las condiciones que habÃa quedado el caso. Por su parte, minutos después, buzos del Grupo Thalassa descendieron para verificar la posición final y poder levantar el ancla de fondeo.
El casco reposaba limpio sobre el fondo arenoso y con piedras como extensión del esquema geológico que se extiende al SE de la restinga del Faro Punta Mogotes.
Dos boyarines marcaron proa y popa, elementos que permanecerán hasta que el Servicio de HidrografÃa Naval incorpore próximamente en las cartas náuticas oficiales, versión papel y electrónica, la posición final del casco a pique.
De regreso a puerto con viento de 21 nudos sobre la amura de estribor, las unidades arribaron a la Base Naval Mar del Plata a las 19:00 horas.
Las tripulaciones se saludaron con la serenidad de quien sabe que acaba de firmar una nueva página en la historia del puerto de Mar del Plata, pero no es euforia, saben que fueron parte de un trabajo más.
La herencia de los hombres de mar
El hundimiento del Kyokko Rúa no representó únicamente el final operativo de una embarcación, sino la consagración simbólica de un grupo de trabajo excepcional.
Durante décadas, el buque fue emblema de disciplina, eficiencia y compromiso técnico, valores que distinguen a Remolcadores Mar del Plata y que han cimentado su prestigio.
Su retiro constituyó, en esencia, un homenaje a esos principios fundacionales: la planificación rigurosa, el respeto irrestricto por las normas, la colaboración con las buenas prácticas en materia de seguridad y medio ambiente, la coordinación absoluta y una ética de equipo que trasciende generaciones.
De aquella jornada quedó grabada una convicción profunda entre quienes fueron testigos del acontecimiento: el espÃritu equilibrado, respetuoso y cordial de trabajo a bordo, herencia directa de su fundador, Carlos Di Napoli, cuya impronta perdura en el tiempo y se refleja hoy en la conducción firme y perseverante de su hijo, Sergio.
El Kyokko Rúa descansa hoy en las aguas que lo vieron servir, no como un vestigio del pasado, sino como un testimonio perenne del trabajo bien hecho, de su hidalguÃa y de la historia construida por los hombres que lo navegaron a lo largo de su vida operativa.
Entre los tripulantes más experimentados prevaleció la sensación de haber protagonizado un hecho histórico, acompañado por la serena satisfacción de una operación impecablemente lograda.

Invisible a los ojos, seguirá presente en la memoria de quienes, cada dÃa, enfrentan el viento, la marea y la maniobra con la misma convicción:
que la excelencia no se improvisa, se construye —y se honra— en silencio.






