La actual crisis de la industria pesquera en la Argentina, con epicentro en la actividad langostinera, es el reflejo visible de una ruptura más profunda: la disgregación del marco de entendimiento que durante décadas sostuvo al sector. El fin de la conciliación obligatoria podría constituir un límite que inteligentemente las partes, ahora deben transitar intentando buscar bajar decibeles con responsabilidad e intentando un camino de entendimiento.
La parálisis de la flota congeladora, los enfrentamientos entre gremios y empresas, la caída abrupta de los precios internacionales y la creciente desconfianza entre actores, no pueden explicarse únicamente en términos económicos o coyunturales. Lo que emerge en este conflicto es la falta de un lenguaje común para establecer acuerdos y jerarquías de valor. Allí, la frase “tu desprecio es mi valor” se vuelve una clave interpretativa precisa: no hay crisis más grave que aquella en la que las partes pierden la capacidad de reconocer legitimidad en los intereses del otro. Se perdió el respeto, se perdió la credibilidad. Todo parece una batalla pírrica cuyo destino final es perder aun en la victoria.
El conflicto que excede lo salarial
El enfrentamiento entre el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU) y las cámaras empresariales no es nuevo, pero ha alcanzado un punto de inflexión. Las empresas alegan inviabilidad financiera ante un escenario global que ha desplomado el precio del langostino, con una presión operativa cada vez más difícil de sostener y una fiscal inimaginable. Los trabajadores, por su parte, se niegan a resignar conquistas que consideran históricas y no aceptan segmentaciones salariales entre diferentes flotas y especies. Cada parte presenta razones comprensibles,m valederas y con fundamento, pero la discusión ha perdido la dimensión de lo razonable. El diálogo se ha tornado defensivo, incluso punitivo. Lo que para uno es un acto de racionalización, para el otro es una agresión directa a su dignidad.
Cuando los espacios de negociación se reducen a la afirmación cerrada de valores incompatibles, el resultado es un bloqueo político. Ya no hay acuerdos posibles porque no hay reconocimiento mutuo. De esta manera, el conflicto deja de ser un problema a resolver y se convierte en un campo de resistencia donde cada actor sostiene su postura no tanto por convicción técnica, sino por necesidad identitaria. El salario, el precio de exportación, los costos operativos y las regulaciones pierden centralidad frente al trasfondo emocional y cultural de una disputa que ya no es solo laboral, sino simbólica.
Ruptura del pacto sectorial
Durante años, el sector pesquero argentino funcionó bajo un esquema de equilibrio inestable, basado en ciertos consensos no escritos entre sindicatos, empresarios y Estado. Se acomodaron como se pudo frente a ebullición de variables macroeconómicas que alteraron cualquier indicio de trabajo serio, planificado y con estructuras de costos acotadas. Se entendía que la productividad debía convivir con la distribución, que las tensiones se resolvían dentro del sistema, y que las diferencias podían canalizarse sin fractura. Ese pacto implícito hoy está roto.
“Tu desprecio es mi valor” revela ese colapso. Allí donde antes había disenso negociable, hoy hay rechazo visceral. Aquello que una parte del sector considera insostenible —como los altos ingresos de la marinería en un contexto de caída de rentabilidad—, para la otra representa la última barrera frente a la precarización y la perdida de conquistas laborales. Del mismo modo, lo que los sindicatos ven como una provocación o una estrategia divisiva, las empresas lo interpretan como un intento por preservar la actividad y el empleo, bajo el adjetivo de una sola palabra, subsistir, perseverar y permanecer vivo. La política, que debería mediar entre estos mundos, aparece debilitada, sin herramientas ni narrativa como sin discursos que la desentienden del problema. La función arbitral del Estado se reduce a extender conciliaciones obligatorias y acumular expedientes. Bajo el manto de «es un problema entre privados«, hasta Pilatos podría emerger como ejemplo en algo mucho más profundo; es que es más fácil delegar que solucionar o laudar para brindar el caldo de cultivo que necesita un país para forjar el trabajo y la generación de riqueza. Parece no interesar.
La ruptura del tejido económico y social desde lo laboral; y la ruptura desde la productivo, tecnológico e innovador que son las empresas, termina atentando contra el desarrollo y el modelo productivo futuro.
Recuperar la política como mediación de valores
Frente a esta situación, no alcanza con soluciones técnicas. Se requiere restituir un espacio de mediación política que reconozca las distintas escalas de valor en juego: el esfuerzo laboral, la sustentabilidad económica, el impacto territorial, la justicia distributiva. Sin ese marco, cualquier intento de reforma se percibirá como imposición. Lo urgente es volver a dotar de legitimidad al diálogo institucional y creíble, y eso solo es posible si se parte de una premisa sencilla pero decisiva: escuchar sin desprecio al otro.
Aceptar que el otro sostiene con razones lo que uno rechaza no implica ceder, pero sí comprender. La política —en su sentido más serio y profundo— consiste precisamente en eso: en gestionar conflictos que no pueden resolverse por completo, pero sí encauzarse con respeto y visión de futuro. Sin imposiciones en un consenso de dialogo.
Una advertencia necesaria
La crisis del sector pesquero no es solo un fenómeno aislado. Es un síntoma de algo más amplio que atraviesa hoy a numerosos sectores productivos y sociales del país: el debilitamiento del tejido de acuerdos básicos que hacen posible la convivencia institucional. Si ese proceso continúa, el conflicto dejará de ser una excepción para convertirse en regla. Y un país que solo sabe negociar desde el antagonismo permanente termina paralizado, improductivo y cada vez más fragmentado. El ocaso prima sobre la luz del desarrollo.
El desafío es evitar que esta ruptura se consolide como estructura. Que la diferencia no se transforme en desprecio. Y que la defensa de valores no implique negar al otro. Solo así podrá reconstruirse un marco donde el trabajo, la inversión, la rentabilidad y la justicia no sean banderas enfrentadas, sino dimensiones integradas de un mismo proyecto.
Porque si el desprecio mutuo se instala como única brújula, lo que está en juego ya no es una temporada de pesca: es la viabilidad misma de un modelo extensible al resto del país donde se rompió el pacto social.