La República Oriental del Uruguay –curiosamente para la visión argentina- posee más superficie marítima que terrestre, pero a pesar de ello las actividades se centran más en el campo que en el propio mar de acuerdo a un informe del Centro CERES, donde muestra el declive de la pesca industrial del Uruguay en un 49% en los últimos diez años.
Algunos de los testimonios indican que el puerto de Montevideo, posee una flota de muchos años y que en estos días lleva varias semanas sin zarpar.
“Los barcos son antiquísimos y no tienen el mantenimiento necesario para operar”, sostienen al otro lado del Río de la Plata, aseveración fundada en la “edad” de los barcos, donde explican con números la fuerte caída del sector, donde la industria naval en 2011 empleaba a 3.000 personas y hoy da trabajo a 1.600.
De acuerdo con el informe, la flota pesquera uruguaya pasó de tener 124 barcos hace dos décadas a 54 en la actualidad. Estas embarcaciones tienen una antigüedad promedio superior a los 35 años.
“El envejecimiento es un problema que solo se agravará con el tiempo”, remarca el informe, donde a su vez sostienen que requieren una mayor inversión en la flota privada, pero también revisar las “regulaciones ineficaces” que dificultan la productividad, señalando además a los conflictos y las huelgas gremiales -45 días en 2022- como otro de los factores que han perjudicado el normal desenvolvimiento de la pesca.
El presidente de la Cámara de Industrias Pesqueras de Uruguay Juan Riva-Zucchelli, reclamó la modificación del sistema de permisos de pesca vigente, que solo habilita la captura de una especie por embarcación.
“Es una estructura limitativa que podría mejorar si los barcos contaran con una licencia multipropósito”, señaló Riva-Zucchelli, recordando que bajo el actual régimen, existen barcos de mayor porte habilitados para pescar merluza, los de menor calado que tienen licencia para la corvina y la pescadilla, mientras que otras embarcaciones –hoy casi inexistentes- capturan especies diferentes, como el atún o el pulpo.
En este marco, la pesca industrial se ha concentrado en capturar toneladas de merluza, corvina y pescadilla, que se exportan en un 90%, siendo el año 2005 como descollante, donde se superaron las 110.000 toneladas de pescado.
Sin embargo, esa cifra ha retrocedido hasta situarse en las 40.000 de promedio anual y según el informe, entre 2011 y 2021 hubo una caída del 49% de la producción, por dificultades laborales y aspectos regulatorios.
“Los sindicatos han tenido una actitud combativa y no han entendido que estamos en el mismo barco”, resaltó Riva-Zucchelli. Para el empresario, estas circunstancias han provocado que la flota navegue en promedio 190 días en lugar de 300 o más días al año, con la consecuente caída en la productividad.
Desde el reclamo sindical señalan que el trabajo de los marineros es zafral, de modo que solo cobran si hay pesca. Explicando además que la labor supone un gran desgaste físico, con jornadas ilimitadas, en condiciones a bordo que distan de ser óptimas. Sumado a la antigüedad de los barcos, esas particularidades de la faena en altamar generan diferencias. “Es un sector conflictivo porque las situaciones son complejas”, sostienen desde el vecino país.
Otro aspecto clave abordado por el informe refiere a la escasa investigación de los recursos marítimos y su potencial aprovechamiento.
Riva-Zucchelli recordó que Uruguay cuenta con un buque científico, el Aldebarán, pero hace más de dos años está averiado y no hay visos de que eso vaya a cambiar pronto. En la práctica, continuó diciendo el empresario, los observadores uruguayos salen en barcos argentinos, que dan la información necesaria para establecer las cantidades de capturas permitidas en la zona común de pesca, que comparte nuestro país con Uruguay.
Uno de los biólogos uruguayos especializado en recursos pesqueros Luis Orlando, resaltó que “la realidad de la industria pesquera uruguaya debe ser abordada integrando las diferentes miradas: ecológica, social y económica. Hay que tender a un modelo participativo para que el sector pesquero, los investigadores y la administración trabajen en conjunto”.
Orlando hizo hincapié en que la población de peces cambia y se adapta a las condiciones de un área que recibe corrientes calientes de Brasil, otra fría de Argentina y la descarga del Río de la Plata. Esto no siempre responde a las expectativas de la industria. “Es un sistema natural, son recursos vivos y hay que entenderlos muy bien para poder manejarlos”, destacó.
Desde el Centro CERES aseguran que, respetando los límites del ecosistema, la industria pesquera uruguaya podría aumentar un 123% su volumen de pesca para la exportación. Esto tendría un impacto de 200 millones dólares cada año y derivaría en la creación de más de 2.000 puestos de trabajo.
“La pesca uruguaya cuenta con una inserción diversificada en mercados internacionales”, afirman. No obstante, advierten del riesgo de perder competitividad frente a otros países con una industria más desarrollada, recomendando en ese sentido renovar la flota, expandir y diversificar la producción a otras especies, así como estimular el consumo interno.
Es probable que ese sea el desafío más arduo de la industria pesquera del Uruguay: lograr que los uruguayos lleven el pescado a su mesa, el gran convidado de piedra en la dieta local. Los habitantes de la república oriental comen en promedio 94 kilogramos de carne al año (sobre todo vacuna) y tan solo 7 kilogramos de pescado en promedio anual, señalan desde Montevideo.