Hoy, como todos los 20 de junio se celebra el Día de la Bandera, una fecha profundamente arraigada en la memoria colectiva de los argentinos. La conmemoración no solo evoca a uno de los símbolos más representativos de nuestra identidad nacional, sino que también rinde homenaje a su creador, Manuel Belgrano, en el aniversario de su fallecimiento ocurrido en 1820.
Quién fue Manuel Belgrano
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, hijo de un comerciante genovés y de una madre criolla. Desde joven se destacó por su aguda inteligencia y sensibilidad social. A los 16 años fue enviado a España, donde cursó estudios de Derecho en las universidades de Salamanca, Valladolid y Madrid. Sin embargo, más que el derecho positivo, lo apasionaron las ideas ilustradas que empezaban a transformar el mundo: se volcó al estudio de la economía política, el derecho público y los idiomas modernos, influenciado por el espíritu de la Revolución Francesa.
A su regreso al Río de la Plata en 1794, fue designado secretario perpetuo del Consulado de Comercio de Buenos Aires, una institución clave en la promoción del desarrollo económico del virreinato. Desde ese rol, redactó memorias en las que promovía activamente la agricultura, la industria, la navegación fluvial, el comercio libre y, sobre todo, la educación como herramienta de transformación social. Fundó la Escuela de Náutica y la Escuela de Dibujo, además de impulsar el periódico Correo de Comercio, convencido de que la prensa era instrumento fundamental para la formación de una ciudadanía crítica y comprometida.
En 1806 tomó las armas para defender Buenos Aires durante las invasiones inglesas, y posteriormente fue nombrado sargento mayor del célebre Regimiento de Patricios. La crisis del orden colonial tras la ocupación napoleónica de España lo llevó a adherir decididamente a la causa independentista. Participó de la Revolución de Mayo de 1810 y fue vocal de la Primera Junta de gobierno.
Su figura quedó inmortalizada en 1812, cuando, al mando del Ejército del Norte, enarboló por primera vez la bandera celeste y blanca a orillas del río Paraná, en la actual ciudad de Rosario. Este acto, cargado de sentido simbólico, fue el germen del estandarte nacional y reflejo del ideario de soberanía, unidad y libertad que guiaba su accionar.
Como jefe militar, condujo con brillantez las victorias de Tucumán y Salta, dos hitos fundamentales para consolidar la emancipación en el norte del actual territorio argentino. Aunque sufrió derrotas posteriores en las campañas del Alto Perú, su prestigio se mantuvo incólume por su integridad moral, su capacidad estratégica y su inquebrantable vocación de servicio.
En 1814 entregó el mando al general San Martín y se volcó entonces a tareas diplomáticas y de organización institucional. En el Congreso de Tucumán propuso la creación de una monarquía constitucional encabezada por un descendiente de los antiguos incas, una idea revolucionaria y profundamente latinoamericana, conocida como el “Plan del Inca”, que buscaba reconciliar raíces indígenas con los principios modernos de gobierno.
Hacia el final de su vida, enfermo y sumido en la pobreza, Belgrano regresó a Buenos Aires. Falleció el 20 de junio de 1820, en una ciudad convulsionada y fragmentada por luchas internas. Mientras se despedía del mundo en el anonimato, su patria se debatía entre tres gobiernos que se disputaban el poder. No hubo honores oficiales, ni luto nacional. Lo acompañó apenas un puñado de allegados y discípulos.
Sin embargo, la posteridad lo reconoció como uno de los grandes padres fundadores de la nación. Su legado va mucho más allá del símbolo patrio que concibió: fue un reformador social, un defensor acérrimo de la educación pública, un ferviente creyente en la justicia económica y en la construcción de una Argentina libre, justa y soberana.
Un poco de historia
La bandera celeste y blanca fue concebida por Belgrano en 1812, en plena gesta independentista. Según la tradición, los colores fueron inspirados por el cielo y las nubes, aunque su significado va más allá de lo visual: simbolizan los ideales de libertad, soberanía y unión por los que lucharon los patriotas del Río de la Plata.
La primera vez que se izó fue a orillas del río Paraná, en la actual ciudad de Rosario. Desde entonces, la bandera ha acompañado cada momento trascendental de nuestra historia, consolidándose como emblema de unidad en tiempos de desafíos y como expresión de orgullo nacional en celebraciones populares.
Con una vida marcada por la entrega y la austeridad, Manuel Belgrano fue mucho más que el creador de la bandera: fue un pensador moderno, impulsor de la educación pública, economista lúcido y patriota convencido. Falleció el 20 de junio de 1820, pobre y casi olvidado, en un país aún convulsionado por guerras internas. Su muerte coincidió con uno de los días más caóticos de la historia nacional, donde tres gobiernos se disputaban simultáneamente el poder en Buenos Aires. Sin embargo, su legado logró lo que ninguna facción política de la época consiguió: permanecer y trascender.
Fue recién en 1938 cuando, por ley nacional, se estableció oficialmente el 20 de junio como Día de la Bandera, consagrando la fecha como un momento de recogimiento patriótico. Desde entonces, año tras año, miles de estudiantes de cuarto grado en todo el país prometen fidelidad a la enseña nacional en emotivas ceremonias escolares. En Rosario, epicentro histórico de la bandera, la jornada se celebra con una ceremonia multitudinaria frente al Monumento Nacional a la Bandera, una obra monumental inaugurada el 20 de junio de 1957 que se eleva como testimonio de mármol y bronce del sueño de Belgrano.
Este monumento, obra de Ángel Guido y Alejandro Bustillo, entre otros, simula una nave simbólica avanzando hacia el porvenir. Es allí donde hoy confluyen no solo autoridades nacionales y provinciales, sino también miles de ciudadanos que, en el marco de una festividad popular, renuevan su vínculo con el legado belgraniano.
En un presente marcado por desafíos económicos, tensiones sociales y fragmentaciones culturales, la Bandera Nacional sigue cumpliendo su promesa de ser punto de encuentro, faro de identidad y motor de esperanza. Su presencia en las marchas ciudadanas, en los estadios, en los balcones y en los corazones de los argentinos reafirma ese lazo intangible pero poderoso que nos une incluso en la diferencia.
El ejemplo de Belgrano interpela: no basta con recordar, hay que actuar. Su vida fue testimonio de compromiso cívico, de ética pública, de amor por la educación y de entrega absoluta al bien común. En sus propias palabras: “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”. Que esa humildad y esa convicción sigan siendo guía en estos tiempos complejos.
Que este 20 de junio no sea solo una fecha en el calendario, sino una oportunidad para renovar el compromiso con los valores fundantes de nuestra nación. Que al mirar nuestra bandera, recordemos no solo lo que fuimos, sino lo que aún podemos ser.
¡Feliz Día de la Bandera!