La pesquerÃa de merluza atraviesa un momento crÃtico que combina precios estancados, costos operativos desbordados, márgenes cada vez más finos y un sistema comercial que empuja a la informalidad. La situación, aunque conocida por los actores del puerto, se volvió en los últimos meses un factor de preocupación extendida dentro de toda la cadena.
No existe en el complejo productivo argentino un valor tan atrasado como el precio de la merluza en boca de bodega. Solo pensar que se necesitan 4 kilos para comprar un tradicional alfajor de Mar del Plata, muestra lo irrisorio y alarmante a lo que ha llegado el actual esquema de precios.
Desde los orÃgenes de la industria pesquera existe una premisa tácita que aún hoy gobierna los comportamientos del sector: cuando el cardumen se arrima, los cheques se alejan. «No es un fenómeno nuevo, como tampoco es nuevo que a mayor oferta es menor el precio, y a eso se de debe sumar los 6 o 7 camiones que llegan con merluza del sur para procesar en Mar del Plata«, aportó un conocido armador.
En los primeros años, esa dinámica incluso derivó en la creación de una tarifa, un lÃmite de captura autoimpuesto para sostener el precio y evitar derrumbes bruscos en el valor de algunas especies descargadas. Ya la ecuación de pescar menos para que valga más, no es alternativa.
Sin embargo, el mercado actual ya no responde a aquellas lógicas iniciales. Con una demanda internacional consolidada y un esquema comercial cada vez más dependiente de variables externas, la merluza parece haber quedado atada a un precio casi rÃgido, incluso en un contexto donde el dólar perdió valor real en los mercados globales. La demanda internacional mutó a otras especies de menor precio o de cultivo incluso, lo que queda expuesta toda la cadena productiva argentina.
A fines de 2023, con un dólar “billete†rondando los $1200, los compradores del muelle fijaban alrededor de $650 por kilo de merluza en boca de bodega. Desde entonces, pese a que el tipo de cambio osciló entre $1100 y $1500, el valor de la merluza apenas se movió: hoy se paga cerca de $850.
La diferencia es mÃnima si se la contrasta con la inflación, con el costo de vida o, sobre todo, con los insumos necesarios para llevar el pescado al muelle. El resultado es evidente: los costos crecieron de forma desproporcionada, pero el precio del producto prácticamente no acompañó.
Esa brecha volvió la actividad extremadamente sensible. «Con la merluza en estos precios, ya no es negocio la pesca», coinciden armadores y procesadores. La ecuación se sostiene apenas gracias a pescas zafrales que permiten mejorar la calidad de bodega y compensar el déficit operativo, lo que explica la necesidad de abrir otras pesquerÃas que amplÃen los márgenes y alivien la presión financiera. (abadejo por ejemplo).
Pero incluso con este equilibrio precario, el sistema muestra señales preocupantes. Aunque el primer eslabón de la cadena resiste embates de costos cada vez más altos, está claro que el único modo en que algunos armadores lograron sostener su renta fue aumentando fuertemente la cantidad de mareas y exigiendo mayor eficiencia de todo el sector que acompaña a un barco pesquero.
Ese incremento en el ritmo operativo —más mar, más consumo, más desgaste y más riesgo— no resuelve la ecuación, apenas la prolonga en el tiempo..
“Los números no dan y muchos van a caer si continúa asÃ; ahora viene una época complicada para el consumo y, además, se vienen las reparaciones, que siempre salen del barco. El panorama económico y financiero es durÃsimoâ€, admitió un armador mientras intentaba cerrar cuentas que no cierran.
Aunque el sistema de cheques aparece relativamente saneado, sólo representa una pequeña parte de la negociación real. Buena parte del sector procesador debió recurrir a operaciones productivas por fuera de los canales formales para sobrevivir. Mayor peso en cajones, transacciones con parte formal y otra en B (informal) e incluso en congeladores avanzar con nuevos modelos de maquinas procesadoras a bordo y manteniendo coeficientes desactualizados.
La trazabilidad y la certificación de captura legal se volvieron un interrogante sin respuesta. No hay controles efectivos en muelles, el Sifipa parte de un gran valumen orientativo no el plasmador rigor de lo que verdaderamente se captura, y un modelo que empuja a la informalidad.
“Seamos honesto, en el esquema formal, cuanto más procesás, más rápido caés. Y hoy el que paga la diferencia es el caladero y el deterioro de la calidadâ€, señaló otro empresario.
En este contexto, no hace falta ser experto para advertir que el precio actual de la merluza beneficia a alguien dentro de la cadena, porque de otro modo no se explica su persistente atraso. El sistema termina erosionando el capital de trabajo, degradando el ahorro, afectando a la amortización de la unidades pesqueras y deteriorando la capacidad de reinversión que la pesca siempre llevó como estandarte de su propio dinamismo y reconversión. La única variable de ajuste que queda, dicen en el puerto, es un tipo de cambio más competitivo. Pero aun asÃ, no resolverÃa el problema estructural.
La situación golpea incluso al último eslabón humano del proceso: “Es injusto para el marinero. Trabaja igual que en otras pesquerÃas, pero se lleva menos de la mitadâ€, resumió, Oscar, viejo capitán y hoy armador, apesadumbrado por la situacion que atraviesa river plate.
Al final, el modelo exhibe un deterioro silencioso pero creciente. Para sostenerse, consume capital de trabajo, posterga inversiones y compromete la operatoria futura. Cuando llega el momento de encarar reparaciones —costosas, inevitables y cada vez más dolarizadas—, el dinero ya no está, y eso explica la creciente cantidad de barcos parados que empiezan a quedar inactivos.
El panorama, coinciden todos, es cada dÃa más alarmante. Y parte al sector en dos: quienes aún tienen espalda para soportar el ahogo financiero y quienes ya navegan al lÃmite de su capacidad.









