Habitualmente el propio movimiento de las descargas y la búsqueda permanente de mayores volúmenes de capturas nos lleva a fijar la óptica en fresqueros y buques congeladores de la flota mayor.
Parece que el destino entre la artesanía del viejo pescador de la banquina chica vaya desapareciendo en medio de intangibles como rentabilidad, mercados y del procesamiento cada vez más elaborado.
Aún quedan grandes familias de pescadores que sustentan sus ingresos en aquellos oficios que van perdiéndose en el tiempo.
La pesca artesanal es distinta a la otra. Arriba de esos costeros o de las pocas lanchas quedan tripulantes con más de 15 años en su puesto de trabajo. La historia y la experiencia hacen que el barco o la lancha sea parte de su cuerpo. Se mueven a bordo con total naturalidad en un ámbito dinámico que copia el vertiginoso movimiento del mar.
El pescador de la banquina chica es un ser distinto, lo fue, lo es. El objetivo no es el dinero, sino la satisfacción de pescar y de sostener un hábito diario mientras el clima y la salud lo permita, con la consecuencia de saber que a fin de año economicamente estará igual.
Es una forma de vida, es el placer de ganarle al mar todos los días pero por sobre todo de ganarle al pez, que se refugia sobre las piedras para evitar ser capturado.
El viejo oficio de las trampas, las nasas, hechas de mimbre, a mano, por un puñado de descendientes de aquellas épocas de esplendor de ese oficio de pescar especies que cohabitan en piedras de difícil acceso para el tradicional arrastre.
El «papamosca» o mismo el besugo con la calidad de haber evitado la presión en el copo después de transitar por la manga en la operación de arrastre. Una calidad óptima como el capturado por anzuelo. Hoy, solo 4 embarcaciones hacen ese oficio, primero por su trabajo y segundo porque son pocos quienes conocen ese «métier».
Solo las lanchas Graciosa y María Madre; junto a los costeros menores Manto Sagrado y el propio Don Mario, del cual gozamos de estos videos enviados por nuestro amigo, el pescador Leandro Vuoso, familia de pescadores tradicionales del puerto marplatense que nos ilustra de una de las mejores capturas de besugo de la semana. Dieron el lugar justo sobre el banco de piedras para arrojar las nasas con carnada que previamente colocaron con meticulosidad dentro de las mismas. El resultado a la vista, Besugo grande, vivos, intactos, con una calidad única que se llevaron rápidamente del muelle a unos $350/kg.
Un valor alto para la especie, pero para nada representativo del esfuerzo, el trabajo, pasión y dedicación que la tripulación del Don Mario lleva adelante todos los días.
Además, del premio justo de quienes aún hoy, como aquellos antiguos pescadores de la banquina chica, continúan con la tradición de un oficio que se extingue haciendo escuela para futuras generaciones.
Desde esos lugares, nacieron los grandes capitanes de hoy. Lanchas y costeros fieles semilleros de campeones de la pesca; hoy muestran en sus rostros la satisfacción de haber cumplido con un fructífero día de pesca.