En las profundidades insondables del océano y en la inmensidad del cielo que lo abraza, se inscribe la historia del pescador. Este 26 de enero, cuando el mundo celebra el Día Internacional del Pescador Comercial, no solo rendimos homenaje a un oficio, sino también a un legado tan antiguo como la humanidad misma, tejido con los hilos del sudor, el sacrificio y la esperanza.
En el puerto de Mar del Plata, la “Perla del Atlántico”, como en cada uno de los puertos de la impoluta Patagonia Argentina, la figura del pescador se eleva como un símbolo viviente de perseverancia. Allí, donde las olas rompen en un eterno murmullo de historias no contadas, late el espíritu de quienes, desde tiempos inmemoriales, han hecho del mar su hogar y sustento. Como los apóstoles de antaño que lanzaban sus redes en busca del milagro del pan y el pescado, los pescadores de hoy continúan esa labor ancestral, enfrentando lo indómito con fe y determinación.
Cada jornada de pesca comienza antes del amanecer, cuando el cielo apenas se tiñe de tonos inciertos y la brisa lleva consigo el aroma del salitre, como ejemplo de quienes con valentía en embarcaciones casi centenarias enfrentan el destino incierto de la aventura de la pesca. Con las manos curtidas por los años y el corazón templado por el deber, los pescadores desafían el embravecido carácter del mar, en un acto que conjuga valentía y resignación, como si su alma estuviera atada al ritmo eterno de las mareas.
En las manos callosas de un viejo pescador se escribe la historia del mar. Son manos que han sostenido redes llenas de sueños, que han acariciado las olas con la paciencia del tiempo y que llevan en cada arruga las memorias de incontables amaneceres.
En sus manos, curtidas por el sol, endurecidas por la sal y forjadas a la fuerza, son el testimonio de una vida de esfuerzo y dedicación. Quien no recuerda aun las manos de su padre, pero si parecen resaltar en la impronta que dejaron en nuestras almas. Cada grieta en su piel fue una medalla silenciosa, un recordatorio del vínculo indisoluble entre el hombre, el sacrificio y la naturaleza con un solo objetivo, la pasión por pescar y llevar el pan a la mesa de su familia.
Pero si hasta parece ayer, cuando viejos pescadores marcaban el camino del trabajo en las noches de ese tránsito incesante por 12 de Octubre, Magallanes o El Cano como arterias que portaban el camino a la vieja y e histórica banquina de los pescadores para dar vida a una noble actividad. En sus canastas, apenas un pan majado con oliva y alguna rodaja de tomate era suficiente para recargar energía en un largo dia por delante. Incansables trabajadores a los que evoca este día.
El pescador no necesita aplausos, porque su grandeza reside en el silencio. En el amanecer compartido con el horizonte, en el silbido del viento que acompaña su jornada, en la fuerza que imprime a cada golpe de mar para moldear el alma. Sus manos son el puente entre la abundancia y riqueza de estas aguas bendecidas por Dios y la mesa de quienes, sin saberlo, reciben el fruto de su trabajo.
Hoy, al recordar en un abrir y cerrar de ojos aquellas manos, no recordamos trabajo: percibimos nobleza, compromiso, palabra y dedicación; amor al arte y a la aventura de pescar.
Recordamos la abnegada capacidad de quienes han aprendido que el mar puede ser un maestro severo, pero también un amigo generoso. Vemos en ellas la dignidad del que da sin esperar reconocimiento, del que lucha contra su soledad como guia para acercar el horizonte.
En Mar del Plata, donde generaciones enteras han heredado el arte de la pesca, la tradición se siente en cada rincón del puerto. La madera de las pintorescas lanchas cuentan historias de abuelos que enseñaron a sus nietos a interpretar las estrellas, a leer el viento y a respetar la fuerza incontrolable del océano con la pasión de pescar. Los pescadores son guardianes de un saber que trasciende el tiempo y nos conecta con lo esencial: la lucha por el sustento y el agradecimiento por los frutos del mar pero por sobre todo, por haber marcado una huella en el tiempo.
El simbolismo del pescador tiene también una dimensión espiritual. En las Sagradas Escrituras, el pescador fue elegido como metáfora de redención y esperanza. Al igual que Simón, Pedro y los primeros discípulos, que con sus redes recogieron algo más que peces, nuestros pescadores también nos recuerdan la grandeza de lo humilde y el poder transformador del trabajo diario.
Hoy, en esta fecha cargada de significado, celebramos a quienes se adentran en las aguas como guerreros del tiempo, desafiando lo desconocido y retornando con el sustento que alimenta a tantos. Ellos, los que conocen la vastedad del océano y su caprichosa generosidad, nos enseñan que la humanidad no sería nada sin el valiente espíritu de quienes enfrentan los elementos con fe y esfuerzo.
El Puerto de Mar del Plata, con su paisaje salpicado de barcos y el eco de las voces que resuenan como plegarias en cada mesa es testigo de un legado que no debe olvidarse. Que este día sea un canto de gratitud y orgullo por nuestros pescadores, por quienes están y por los que dejaron un camino herederos de la eternidad del mar, quienes con cada salida no solo llevan redes, sino también la esperanza de cada uno de nosotros.