En el turbulento panorama político, nadie posee una bola de cristal para vislumbrar con certeza el destino de un proceso en marcha. El futuro se despliega en un lienzo de incertidumbre, donde la acción humana y la intervención del azar entrelazan sus hilos en formas imprevisibles. Sin embargo, esta incertidumbre alcanza su punto culminante cuando se producen transformaciones que sacuden los cimientos mismos sobre los cuales construimos nuestra realidad.
Y es precisamente esto lo que parece estar ocurriendo en la Argentina en estos días. Nadie puede afirmar con certeza hacia dónde nos está guiando el presidente Javier Milei. A excepción, quizás, de sus seguidores más acérrimos, quienes lo acompañan con fervor en su travesía hacia la tierra prometida. Siendo los mismos una cuasi juventud que nada tienen por perder o arriesgar, o una madurez que llegó al hartazgo de promesas de un futuro mejor. No tienen más tiempo. Eso justifica el casi 57% logrado.
En la actualidad, Milei es más que un líder político: es un acto de fe en sí mismo. Lo vimos durante la presentación de su libro en el Luna Park. Los eventos que rodean a este enigmático personaje son bautizados por sus seguidores como prédicas, donde convergen el rock, la política y la exposición de ideas, junto con un sermón donde el líder, con la elocuencia de un predicador, interpreta la doctrina y rinde tributo a los profetas Hayek (1924-2011),Von Mises (1881-1973), y Rothbard (1926-1995), ante un público iniciado en misterios que quizás no comprende del todo, pero en los que cree fervientemente.
El mayor acto de fe lo realiza el propio Milei. En primer lugar, en sus propias ideas. Las abraza con la devoción de un converso. En este sentido, se erige como la antítesis de los líderes kirchneristas. Néstor y Cristina Kirchner actuaron como defensores ardientes de causas en las que no creían verdaderamente, adoptando cualquier idea que les permitiera mantenerse en el poder. En contraposición, Milei sale al escenario siendo auténtico, diciendo lo que piensa sin imposturas. Por eso, cuando el Presidente abre la boca, el establishment tiembla, desconcertado por esta figura que desafía sus convenciones.
La falta de dobleces, esa franqueza sin filtros, explica en gran medida el apoyo popular que conserva Milei. Su falta de protocolo, que a veces lo compara con un mono con navaja, contrasta con el cinismo de la era kirchnerista y expone la hipocresía de los políticos corruptos que se esconden detrás de discursos vacíos. En medio del caos dejado por los Kirchner, el Presidente reconforta a una ciudadanía golpeada con una dulce venganza, activando la sensación catártica que surge del derrumbe de la mentira.
Por otro lado, Milei dirige este acto de fe hacia sí mismo. Cree en su propia persona y se esfuerza por alimentar esa fe, quizás consciente de que de ella depende el seguimiento de aquellos que creen en él.
Afirma su ego de rey león, manteniéndose por encima de los demás y despreciando a quienes lo critican, a quienes considera liliputienses frente a su grandeza. Esta cruzada global no conoce fronteras, ya que se considera a sí mismo como el máximo defensor de las ideas de la libertad. Esta fe inquebrantable es parte de su fuerza y su atractivo, una fuerza que no puede permitirse debilitarse.
La predicación global de Milei, que lo llevó a aparecer en la portada de la revista Time, se basa en esta doble fe sin fisuras. Ha afirmado que no cederá en la defensa de sus valores libertarios. Sin embargo, la radicalidad de sus ideas y la firmeza en la defensa de sus dogmas de fe dejan poco margen para el diálogo. En su visión, aquel que objeta cualquier aspecto de su credo es considerado un hereje digno de ser atacado, estableciendo una dinámica de amigo-enemigo que excluye cualquier posibilidad de mediación.
Este conjunto de ideas extremas, disruptivas y ruidosas, unido a un ego en constante expansión y una tendencia a la confrontación y el insulto, hace que Milei parezca vivir en el mundo real con la lógica de las redes sociales más inflamadas. Esta actitud, que le sale de forma natural, le ha permitido llegar lejos en un mundo donde la realidad parece cada vez más efímera de una extensión del mundo virtual, y no al revés.
El gobierno libertario propone un festival de fe, atrayendo a aquellos creyentes que desean y, en ocasiones, logran creer, aunque sea con reservas. Esto tiene sentido, especialmente si consideramos que las ideas económicas del Presidente parecen apuntar en la dirección correcta, al menos en términos de desmantelar el corporativismo corrupto que ha arraigado en el país durante décadas, y que el falso progresismo de los Kirchner llevó a su punto más bajo.
Dicen los expertos que el buen funcionamiento de la economía depende en gran medida de un voto de fe. Sin embargo, queda por verse si en este caso dicho voto se dirige hacia la fe libertaria. Es válido creer, cada uno en lo suyo. Sin embargo, los problemas surgen cuando la fe, sea cual sea, nos conduce al fanatismo que cancela el diálogo y nos desconecta de la realidad y la política. En el mundo virtual podemos crear avatares, construir dimensiones paralelas y bloquear a quienes no nos gustan. Pero en el mundo real, la historia es diferente.
A pesar de estas incertidumbres, mantengamos la fe. Al menos en algo. Una fe con los ojos bien abiertos.
Hasta aquí, todo un análisis como si la República Argentina viviera aislada del mundo, del mismo que necesita acercarse y comerciar, principalmente por ser un país generador, y rumbo a convertirse en exportador de alimentos.
Que difícil será ese cambio con variables tan disparatadas respecto a valores y costos del mundo. Como insertarse y competir, si los costos de producción son tan disímiles, y el acceso a insumos estrepitosamente dispar a los valores del mundo.
¿Podrá Argentina, sin pulverizar las derechos adquiridos de los trabajadores y el enorme status quo que el empresariado no desea cambiar?.
Miremos el mundo de hoy, en un guerra económica entre potencias. Para evitar confusiones, dejemos claro que esta guerra se refiere más a una disputa comercial que a un conflicto bélico China-Estados Unidos de América.
Las políticas económicas adoptadas por estos dos gigantes mundiales han complicado algunas relaciones comerciales entre ambos países. Pero, ¿hasta dónde llegarán estas tensiones? ¿Respetarán ciertos límites, o todo terminará explotando en el aire?
Para abordar este tema, llegamos a la conclusión del renombrado economista estadounidense Robert Edward Baldwin (1924-2011), cuyas contribuciones al estudio del comercio internacional son ampliamente reconocidas. Baldwin, quien enseñó en prestigiosas universidades y asesoró a gobiernos y organizaciones internacionales, proporcionó una perspectiva valiosa sobre este asunto. Como en otras épocas había sido quizá, otro gurú de la política comercial como lo fueran Zbigniew Brzezinski (1928-2017), David Rockefeller o el mismo Henry Kissinger.
Robert Edward Baldwin es conocido por sus innovadores modelos económicos que ayudan a comprender la dinámica de los movimientos de personas y capital en los países en desarrollo, de fondo un analista econométrico de alto vuelo. Su trabajo ha sido fundamental para integrar la nueva teoría del comercio internacional con la tradicional, demostrando que la apertura económica puede generar mayores ganancias de bienestar incluso en mercados donde la competencia es imperfecta.
La disputa entre Estados Unidos y China es relevante no solo por el tamaño de sus economías, sino también por el impacto que puede tener en el escenario económico global. Sin embargo, en economía, a menudo se dice que es importante ser poco importante. Esta idea se aplica tanto a nivel individual como a nivel de países. Los países más pequeños pueden permitirse ciertos lujos que los grandes no, y su participación en el escenario mundial puede influir en la dinámica de las relaciones internacionales.
En el caso de Estados Unidos y China, una confrontación directa podría tener consecuencias devastadoras para ambas partes y para el resto del mundo. Aunque ambas naciones tienen un gran poder económico y político, también dependen en cierta medida el uno del otro. Un conflicto prolongado podría desestabilizar la economía mundial y causar un daño irreparable a ambas potencias.
Por lo tanto, es crucial que los líderes de ambos países actúen con prudencia y busquen soluciones negociadas a sus diferencias. La historia nos enseña que las guerras comerciales rara vez conducen a resultados positivos para ninguna de las partes involucradas. En un mundo cada vez más interconectado, la cooperación y el diálogo son fundamentales para garantizar la estabilidad y el crecimiento económico a largo plazo.
Argentina enfrenta desafíos económicos y políticos en un mundo marcado por la incertidumbre.
¿Cómo se inserta Argentina en esta etapa?, es un gran interrogante; tan parecido como el futuro de hacia dónde nos encamina Milei.
Y, como siempre, se expone la opinión al criterio del lector, anticipando que no son 4 los puntos cardinales como tampoco 7 los colores del arco iris, dejando las consideraciones de ésta temeraria dinámica a su juicio, y sugiriendo que no la desconozca…
Buen domingo para todos..!
Por DMC