Las reconocidas islas Galápagos –parte de la República de Ecuador- tienen en sus alrededores un voraz enemigo. La razón: su gran diversidad ecológica y la variedad de especies comerciales.
Desde hace décadas, los buques de bandera china (algunos sin bandera, lo que es más grave), se han ido desplazando desde Perú a Ecuador, pasando a la Argentina, pescando sin control y depredando de una manera inusitada, apuntado a varias especies, pero poniendo su objetivo en el calamar y en el atún.
Se calcula que China posee una flota de algo más de 3.000 embarcaciones que se mueven por todos los océanos, a raíz de la merma de su propio recurso que ellos mismos han agotado por no tener una política y una organización que les hubiese permitido hacerlo sustentable.
Se calcula que el impacto que producen va desde el océano Índico hasta el Pacífico sur, sin dejar de lado las costas africanas y obviamente Sudamérica.
Más allá de las constantes protestas diplomáticas y sus presentaciones legales, nada parece detenerlos, donde además de poner en peligro especies, ocurren situaciones más graves como la explotación laboral, incluso registrada en la Argentina y hasta en el propio puerto marplatense, donde en algún momento han dejado tripulaciones completas “abandonadas” o dejadas por varios meses en el muelle, sin ningún tipo de contacto con las respectivas empresas armadoras.
Un estudio del grupo conservacionistas “Oceana”, logró contabilizar casi 300 embarcaciones chinas que operaban en cercanías de las islas Galápagos, a escasas millas de la zona económica exclusiva de Ecuador (las consabidas 200 millas del Tratado sobre el Derecho del Mar), donde los registros satelitales marcaban su posición, detectándolos incluso dentro del límite no permitido.
Una investigación mostrada por el “The New York Times”, a través de nuestros colegas Steven Lee Myers, Agnes Chang, Derek Watkins y Claire Fu, indican que existen barcos de empresas armadoras chinas, que incluso navegan bajo banderas como la de Panamá por ejemplo, y tal vez mirando más hacia nuestro sector, no sería nada raro que esto pueda ocurrir en nuestro país, donde si bien los controles son más exhaustivos, se puede demostrar que la picardía no es solo patrimonio argentino.
Nada prohíbe que empresas armadoras de otras naciones puedan operar en la Argentina, o realizar tareas tanto en tierra como en alta mar, sólo que se exige que sea dentro de los cánones correspondientes.
Uno de los barcos “estudiados” es el “Hai Feng 718”, una embarcación que navega bajo bandera panameña y que con sus 143 metros de eslora y 22 de manga, transporta combustible y provisiones para barcos de menor tamaño que pueden descargar sus capturas y reabastecer sus tripulaciones en alta mar, evitando volver a puerto y continuar con sus descontroladas tareas de pesca.
La investigación indica que en el último año, el buque en cuestión tuvo contacto con al menos 70 embarcaciones de menor porte, todos ellos de bandera china, de acuerdo a lo registrado por Global Fishing Watch, una organización de investigación que se encarga de recopilar datos de localización.
Cada uno de los datos registrados marcan que cada contacto (trasbordo), representa la transferencia de toneladas de pescado que los barcos más chicos habrían tenido que descargar en algún puerto a decenas de millas de distancia.
Después de zarpar de Weihai, una ciudad portuaria en la provincia de Shandong, China, el Hai Feng 718 llegó a las islas Galápagos en agosto de 2021 y pasó casi un mes en las aguas cercanas a la zona económica exclusiva de Ecuador. Ahí, les dio servicio a varias embarcaciones como el Hebei 8588.
Estos navíos están designados para pescar calamares. Las luces que usan los barcos en la noche para atraer a los calamares a la superficie son tan brillantes que se pueden rastrear desde el espacio, como se ha podido observar también en el límite de la Zona Exclusiva de Argentina y que se busca controlar y atacar a través de controles, situación que se verá en los próximos meses con la inminente zafra de calamar.
Un mes más tarde a la fecha referid, la flota china viajó a la costa de Perú, donde el Hai Feng 718 avanzó furtivamente hacia más de dos docenas de barcos de menor porte, varias veces a algunos de ellos, incluso, de nuevo, el Hebei 8588.
Lleno de pescado, el barco nodriza regresó a China. Para diciembre pasado, ya estaba de nuevo en el mar, esta vez con dirección al oeste a través del océano Índico. Llegó a la costa de Argentina para el inicio de la temporada de los calamares en enero. En mayo, de nuevo estaba en las costas de las Galápagos.
Estas operaciones han permitido un auge en la cosecha de calamar. Entre 1990 y 2019, la cantidad de barcos que pescan calamares en aguas profundas se disparó de 6 a 528, mientras que la pesca anual reportada aumentó de unas 5000 toneladas a 278.000, según un informe de este año de Global Fishing Watch. En 2019, China representó casi todos los barcos para pescar calamares que operaron en el Pacífico sur.
El acuerdo de transferir la pesca a otro barco no es ilegal, pero, según expertos, el uso de los barcos “nodriza” facilita que no se declare la pesca y se oculten sus orígenes. Otros países también despliegan flotas para aguas profundas, entre ellos Japón, Corea del Sur y Taiwán, pero ninguno lo hace a la escala de China.
Tan solo el Hai Feng 718 tiene más de 14.000 metros cúbicos de espacio de carga, suficiente para transportar miles de toneladas de pescado.
Global Fishing Watch monitoreó varios “eventos de merodeo” sin explicación, en los que barcos grandes permanecen en una zona sin ningún registro. Los expertos advierten que los barcos más pequeños quizás apagan sus AIS para evitar ser detectados a fin de ocultar una pesca ilegal o no regulada, algo que se sabe no es una novedad.
El impacto en ciertas especies en las costas de Sudamérica, como el calamar, es difícil de medir con exactitud. En algunas regiones, como el Pacífico sur, los acuerdos internacionales les exigen a los países informar sobre su trayectoria, aunque se cree que realizar reportes incompletos es una práctica común. En el Atlántico sur, no hay un acuerdo de ese tipo.
En 2020, la aparición de la flota china al borde de las Galápagos centró la atención internacional hacia la escala industrial de esa flota de pesca. Ecuador interpuso una protesta en Pekín. Su presidente en aquel entonces, Lenín Moreno, prometió que iba defender su lugar, al cual llamó “un semillero de vida para el planeta entero”.
China prometió limitar el tamaño de su flota de aguas profundas, pero no reducirla, y recortar los subsidios gubernamentales que les brinda a las empresas pesqueras, muchas de las cuales aún controla o posee el Estado.
En el año posterior al furor por las Galápagos, la mayor parte de la flota china mantuvo una mayor distancia de la zona económica exclusiva de Ecuador. Por lo demás, siguió pescando tanto como antes.
En Argentina, el año pasado, un grupo de ambientalistas, con el respaldo de Gallifrey Foundation, una organización conservacionista del océano, presentó una medida cautelar ante el máximo tribunal del país con la esperanza de presionar al gobierno a hacer más para que cumpla con sus obligaciones constitucionales de protección del medioambiente.
Planean presentar una medida cautelar similar en Ecuador en los próximos meses. Estados Unidos también ha prometido ayudar a las naciones más pequeñas a contrarrestar las prácticas ilegales o no reguladas de la pesca que realiza China.