Cuando el Sr. Trump, fortalecido por una victoria que parece haber revalidado su lugar en la cima del poder estadounidense, se apresta a asumir nuevamente la presidencia de los Estados Unidos, cabe reflexionar sobre las proclamas que, con persistencia, repite en cada foro y discurso. En su lógica, aparentemente inmutable, se encuentran tanto las semillas de su éxito político como los riesgos de su eventual fracaso.
Es un hecho conocido que la sociedad estadounidense, alabada por su movilidad económica, permanece rígida en ciertos sectores que, por su naturaleza, resisten el cambio. En este contexto, para un presidente de los Estados Unidos resulta más práctico modificar las condiciones externas –el orden internacional– que intentar alterar las estructuras internas profundamente arraigadas. Esta lógica lleva a una narrativa recurrente: identificar y combatir un “eje del mal” que sirva de válvula de escape para las frustraciones económicas y sociales de la población.
El actual eje, encabezado por China, sigue un patrón de ahorro e inversión que no solo desafía a Estados Unidos en el ámbito comercial, sino que también subvierte su lugar simbólico como árbitro global desde principios del siglo XX. Este grupo incluye también a Irán y Corea del Norte, mientras que Rusia se encuentra en un limbo estratégico, al menos hasta que el eco de los conflictos recientes se disipe.
La contradicción de la globalización
Sin embargo, el verdadero desafío no se limita a los conflictos geopolíticos, sino que se extiende al ámbito del comercio y las finanzas globales, donde las interdependencias son profundas. En una economía mundial integrada, los roles de proveedor, comprador y acreedor no son mutuamente excluyentes; son más bien facetas de una misma moneda. Trump, en su impulso por proteger a los “carpinteros y fontaneros” estadounidenses, parece pasar por alto esta complejidad fundamental.
La ecuación macroeconómica básica nos enseña que el resultado externo de un país está determinado por su ahorro doméstico agregado. Así, un déficit comercial no es más que la otra cara de una insuficiencia de ahorro interno. Esto es particularmente relevante para Estados Unidos, cuya posición como emisor de la moneda de reserva global ha permitido financiar su consumo doméstico con ahorro extranjero durante décadas. Pero aquí yace la paradoja: al imponer aranceles a sus principales proveedores, Trump no solo busca equilibrar la balanza comercial, sino que también pone en riesgo las fuentes de financiamiento externo que sostienen su sistema económico.
El dilema del déficit
Los cálculos son claros: incluso con aranceles significativos sobre las importaciones, las ganancias no cubrirían las pérdidas de ingresos fiscales derivadas de su reforma tributaria. Esto exacerbaría un déficit público ya alarmante, que se proyecta en niveles superiores al 7,9% del PIB. La política de Trump, diseñada para castigar a los exportadores extranjeros, podría desencadenar una reacción en cadena que obligue a Estados Unidos a reducir su gasto doméstico, liquidar activos externos, o recurrir a medidas que, aunque disfrazadas de eufemismos, equivaldrían a racionamientos autoritarios del financiamiento.
Un camino lleno de riesgos
Si el nuevo período presidencial busca materializar las promesas de campaña, sería prudente que los arquitectos de su política económica reconocieran la contradicción implícita en sus acciones. La búsqueda de justicia para los trabajadores estadounidenses no debe ser incompatible con un entendimiento más profundo de las interdependencias globales. Ignorar esta realidad podría llevar a una disrupción de proporciones insospechadas, afectando no solo a Estados Unidos, sino también al orden económico mundial.
La victoria política, aunque contundente, no asegura el éxito en la gobernanza. Y como bien dijo un sabio, «toda acción llevada al extremo tiende a volverse en contra de quien la ejecuta «; esperemos, en este caso se pueda invalidar esa premisa.
Esta apreciación sobre la peligrosa contradicción del poder de Trump destaca aspectos esenciales con impacto directo e indirecto en el comercio exterior, especialmente en los productos de origen marino argentino.
El enfoque de Trump en el uso de aranceles como herramienta para equilibrar la balanza comercial podría tener consecuencias severas para los exportadores de productos pesqueros. Si Estados Unidos incrementa los aranceles a las importaciones provenientes de países clave como China, es probable que estos respondan con medidas recíprocas, incluyendo barreras comerciales para los productos marinos argentinos. Esto impactaría no solo a la pesca industrial, sino también a los pequeños productores que dependen de los precios internacionales para establecer los valores base en los muelles que en definitiva la formulan los propios compradores y procesadores con destino exportación; de modo que una baja en mercado internacionales, automáticamente repercute en el eslabón más débil, el productor primario extractivo. Además, terceros países abastecedores de pescado y mariscos también podrían enfrentar restricciones, alterando las dinámicas globales de oferta y demanda en el sector.
Las economías globales están interconectadas financieramente, incluyendo las cadenas de suministro del sector pesquero, que dependen de financiamiento internacional para infraestructura portuaria, embarcaciones y tecnología. Sin embargo, en Argentina, este desarrollo depende casi exclusivamente del ahorro privado y la reinversión empresarial. Si las políticas de Trump desincentivan la inversión extranjera, podría ralentizarse el desarrollo de estas infraestructuras vitales. Asimismo, un debilitamiento del dólar, observado tras las tensiones comerciales y con una caída reciente del 8% en menos de un mes, podría incrementar los costos operativos de los exportadores locales. En el contexto argentino, donde el tipo de cambio, -según el gobierno a partir del 2025 podría devaluar a un ritmo menor y del 1% mensual-, este escenario resultaría en una ecuación de rentabilidad aún más deficitaria, considerando que el comercio pesquero global opera predominantemente en dólares.
La contradicción de la globalización también afecta al comercio pesquero. Países como China, con su producción masiva de pescado y mariscos de cultivo y un fuerte financiamiento de esta actividad en lugares como Ecuador, Bangladesh y Tailandia, han ejercido presión sobre los precios internacionales, afectando los precios de los productos naturales y salvajes de la pesca tradicional.
Si la administración de Trump endurece las restricciones comerciales contra China, los exportadores de pescado y mariscos podrían enfrentar un aumento de costos o una pérdida de competitividad en mercados clave. Además, la falta de reciprocidad en políticas arancelarias podría limitar el acceso de productos pesqueros salvajes y naturales a mercados internacionales importantes como Europa y Asia.
El arco político económico del entorno Trump también podría priorizar el crecimiento doméstico por sobre consideraciones internacionales, lo que reduciría la colaboración en acuerdos multilaterales sobre sostenibilidad y regulación pesquera. Esto podría fomentar la pesca no sostenible en aguas internacionales debido a la falta de gobernanza global, amenazando los recursos pesqueros y disminuyendo las capturas a largo plazo, con consecuencias para toda la industria.
Finalmente, las políticas de subsidios y apoyo gubernamental al sector pesquero estadounidense podrían verse afectadas por las prioridades fiscales de Trump. Si se adopta una mayor austeridad, los programas que benefician a pescadores artesanales y comerciales podrían sufrir recortes, debilitando a estos actores frente a grandes corporaciones. Este escenario podría abrir una oportunidad para que los productos argentinos compitan en igualdad de condiciones, desplazando a los productos estadounidenses menos subsidiados.
En síntesis, la redefinición del orden político y económico estadounidense bajo la administración de Trump genera un abanico de posibilidades que, si bien tendrán impacto global, podrían afectar aún más la rentabilidad de los complejos exportadores argentinos de pescados y mariscos.