La escala reciente del patrullero británico FPV Lilibet en el puerto de Piriápolis vuelve a iluminar un proceso silencioso pero de enorme trascendencia estratégica: Uruguay se transformó en un soporte operativo esencial para actores extra-regionales, capaces de reconfigurar el Atlántico Sur desde afuera del continente. Por un lado, el Reino Unido, que mantiene un enclave territorial en disputa y opera en la región con plena capacidad marítima. Por el otro, la flota internacional que pesca fuera de la milla 200, cuyo modelo económico sería imposible sin apoyo sudamericano.
La detención del Lilibet —presentada como una maniobra técnica— expone un patrón que dejó de ser excepcional. El buque, contratado por la administración británica asentada en las islas del Atlántico Sur y dotado para vigilancia y control pesquero, encontró en Uruguay reparación, aprovisionamiento y asistencia técnica. Esta escena se repite con barcos científicos, embarcaciones polares y unidades militares británicas que utilizan Montevideo como plataforma de tránsito y expansión operativa.
Para el Reino Unido, esta infraestructura es decisiva, aumenta su autonomía, reduce las limitaciones derivadas de la distancia y sostiene un modelo económico basado en la explotación unilateral de recursos pesqueros. La apertura uruguaya permite escalas, mantenimiento y abastecimiento que fortalecen, aunque sea indirectamente, la continuidad de un enclave colonial cuya legitimidad Argentina disputa en foros internacionales.
La otra dimensión del problema es igual de crítica. Uruguay es la piedra angular del funcionamiento de la flota internacional que opera fuera de la milla 200. Ninguna flota extrarregional podría sostener barcos a más de 10.000 millas náuticas de sus bases sin un puerto sudamericano que garantice descarga, combustible, recambio de tripulación, reparaciones y apoyo a nodrizas y reefers. Sin esa logística, la pesca de altura colapsaría en semanas.

Esa presencia permanente no es inocua. Sostiene una presión extractiva constante sobre recursos migratorios, como el calamar illex, cuya biología conecta aguas internacionales con jurisdicción argentina. La continuidad de estas flotas —asistidas y reseteadas en Uruguay— afecta ecosistemas, impacta en la biomasa y consolida un esquema de explotación que beneficia exclusivamente a países ajenos a la región. A ello se suman prácticas laborales degradantes, en muchos casos violatorias de normas de la OIT y estándares de derechos humanos.
Ambas dinámicas convergen en un mismo punto crítico, y es que la logística uruguaya habilita y estabiliza la presencia de actores extra-regionales en un espacio marítimo que debiese responder prioritariamente a intereses sudamericanos. No se trata solo de la pesca. No se trata solo del Reino Unido. Es la consolidación de un corredor operativo que permite a fuerzas externas proyectarse sobre el Atlántico Sur con continuidad y sin costos estratégicos y económicos.
Esa presencia reiterada constituye una forma contemporánea de ocupación por permanencia, control de facto sin bases formales, vigilancia sostenida y administración económica sobre un territorio en disputa. Y todo esto se sostiene con infraestructura y recursos de origen marino sudamericanos.
Para Argentina, el escenario representa un desafío político profundo. Las escalas británicas y la asistencia a flotas extrarregionales chinas, coreanas, españolas, rusas y noruegas, erosionan su capacidad de proteger recursos, custodiar espacios marítimos y mantener una diplomacia activa de soberanía. Uruguay proclama neutralidad, pero la neutralidad logística tiene consecuencias reales, porque refuerza a quien ocupa un territorio disputado.
El Atlántico Sur se redefine bajo esta dinámica, que ya no lo moldean los países que lo rodean, sino aquellos que aprovechan vacíos logísticos para expandir su influencia. América del Sur, en lugar de consolidar su autonomía, termina —con sus propios puertos— sosteniendo el aparato operativo de actores externos que disputan recursos, territorio y poder.
La crudeza de la situación es evidente; sin los puertos uruguayos, gran parte del dispositivo británico y de la pesca extrarregional en el Atlántico Sur dejaría de existir.









