El puerto de Mar del Plata, histórica capital de la pesca argentina de anchoita, atraviesa una paradoja que resume medio siglo de desinversión. Hay abundancia en el mar argentino, pero nunca se pescó tan poca. No se trata de un problema biológico. La biomasa de anchoita (Engraulis anchoita), se mantiene en niveles saludables y sostenibles según el INIDEP.
El desincentivo a la industria y la producción, provocó que los años de esplendor de la década del ´70 que movilizaba toda una región, -desde lo laboral a lo económico- hoy sea insignificante.
«El colapso es económico, crediticio, estructural y político, pero no viene de ahora. Esto es la falta de incentivo y de años de gobierno de espaldas a la producción y a la industria«, nos decía un industrial conservero de pasada por el muelle.
Hasta octubre de 2025, los desembarques suman apenas 1.852 toneladas del stock norte al paralelo 41° y 3.137 del stock sur, muy por debajo de los registros de 2024 y lejos de las más de 40.000 toneladas que se descargaban en los años setenta.
El recurso está disponible, » pero no hay mercado, ni rentabilidad, ni una cadena de valor que funcione con políticas económicas destructivas que nos permita competir en los mercados mundiales de consumo de nuestros productos. La capacidad de reinversión está latente. Si hay negocio y rentabilidad con estabilidad y previsibilidad; la inversión se hace, pero en los últimos 50 años, la política monetaria, económica y tributaria fue en contra de la producción y la industria. A veces, en contraposición con el mundo y con lo que piden los mercados internacionales, -mayor valor agregado-. Aca en Argentina, cuanto mayor valor agregado le ponés más rápido te fundis«, terminó agregando el conservero, para explicar medio siglo de lucha por sobrevivir como empresa.

La Argentina enfrenta un bloqueo comercial autoimpuesto. Sin políticas de promoción, sin inserción internacional y sin financiamiento, la flota opera al mínimo de su capacidad. Mientras tanto, Marruecos y España rediseñaron la industria mundial de la anchoíta. Marruecos consolidó su liderazgo combinando cercanía geográfica con Europa, incentivos fiscales, infraestructura portuaria y exportaciones con valor agregado y una mano de obra sin impacto en el costo final del producto.
España, con su flota del Cantábrico, transformó la anchoíta en un producto gourmet, sinónimo de calidad y sofisticación. Frente a eso, la Argentina continúa atada a un modelo primario, extractivo y de bajo valor, que vende toneladas brutas a bajo precio, sin diferenciación ni posicionamiento comercial.
«El problema no es el mar, es el modelo de un país que produce de espaldas a la pesca y a la industria, veremos que pasa ahora con Milei, pero… nosotros ya estamos condenados, somos los últimos mohicanos que quedamos«, nos decía Cacciutto, con cierto dejo de tristeza, mientras hacía un impasse con mate de por medio a bordo del Príncipe Azul.


Décadas de políticas erráticas, ausencia de crédito, alta carga impositiva, legislación laboral inflexible y falta de incentivos a la exportación destruyeron la competitividad y expulsaron inversiones.
La industria conservera, otrora motor de la economía marplatense, fue víctima de esa inercia: desaparecieron mas del 95% de los saladeros y plantas tradicionales, dejando tras de sí desempleo, subempleo e informalidad. Los galpones que alguna vez perfumaban el aire con salmuera hoy son estructuras vacías o abandonadas, corroídas por la apatía de políticos que no fomentaron el desarrollo de una industria que generaba un frenético movimiento del circulante marplatense, testimonio del desmantelamiento industrial de la costa bonaerense.
El impacto alcanzó también a la flota artesanal. Las emblemáticas lanchas amarillas, símbolo del puerto de Mar del Plata y protagonistas de la zafra de anchoíta y caballa, se extinguieron lentamente por falta de rentabilidad, crédito y política de apoyo. De doscientas cincuenta embarcaciones que poblaron la histórica banquina de los pescadores, apenas sobreviven unas pocas, desplazadas por buques mayores que, con bodegas refrigeradas y hielo en escamas, garantizan mejor conservación y calidad, pero operan lejos de las zonas tradicionales de pesca costera. La desaparición de esa flota artesanal no solo representa un golpe económico; implicó la pérdida de una cultura marítima centenaria y de oficios que definieron la identidad del puerto y actuales grandes capitanes de pesca.
Mientras tanto, el resto del mundo avanza. Empresas globales como King Oscar convirtieron el pescado en conserva en un producto de valor, combinando innovación, marketing digital y sostenibilidad. Las redes sociales transformaron la conserva en una tendencia gastronómica moderna, donde el mar se asocia a estilo, salud y conveniencia.
Se destacan productos PREMIUM con altísimo valor agregado y calidad, como las producidas en España por Conservas El Capricho, Codesa, Revilla, entre otras, que han encontrado su segmento de mercado de alto poder adquisitivo, privilegiando calidad, packaging e inserción social en desmedro del volúmen.

España y Noruega entendieron que el valor no está en la tonelada sino en la marca. Pescar toneladas y vender por gramos, no es tarea fácil, pero sí muy rentable. Argentina, en cambio, sigue ausente de los mercados internacionales, incapaz de transformar su abundancia natural en riqueza económica donde la rentabilidad es la fuerza motora de toda inversión y proyecto sustentable y duradero que genera trabajo y empleo genuino. Si no hay rentabilidad, es como la llama; se apaga por falta de leña.
El futuro no se definirá en los cardúmenes del Atlántico, sino en las decisiones políticas y productivas que tome el país frente a su modelo. Mientras el mundo convierte la pesca en sofisticación, innovación y marca, Argentina sigue exportando volumen sin valor, ineficiencia estatal, impuestos, fletes y costos abultados producto de políticas monetarias favoreciendo la importación e imposibilitando exportaciones que generan divisas, valor agregado y mano de obra genuina.
La anchoíta abunda, el mar ofrece, pero la política calla.
El renacimiento del sector dependerá de una reindustrialización pesquera real, con crédito, trabajo y visión estratégica, capaz de volver a mirar al mar, no para sobrevivir, sino para producir, desarrollar, generar empleo y riqueza, por eso es tan imperiosa una reforma tributaria, laboral, previsional y fundamentalmente monetaria que permita incentivar -mediante un perfil crediticio y exportador- el valor agregado sin ser una condena en la rentabilidad de las empresas y su competitividad expuesta a los mercados mundiales de consumo.
