En el silencio vibrante del amanecer portuario, cuando el cielo aún titubea entre el gris y el oro, la vieja banquina de Mar del Plata conserva algo más que barcos y redes. Guarda una historia. La de hombres curtidos por el salitre, y piel oscura por atajar el sol de frente como único calentador de las frías mañanas marplatenses. Aquellos que aprendieron a leer el mar sin más tecnología que su instinto, su experiencia y ese olfato infalible heredado de generaciones enteras de pescadores italianos.
Aquella banquina, orgullo de los años ’50, ’60 y ’70, fue el corazón artesanal de la pesca argentina. Lanchas de madera, motores rugientes, carnada y un ir y venir de hombres que sabían cuándo el mar tenía ánimo de pesca. Pero el paso del tiempo, inevitable como las mareas, trajo consigo la modernización… radares, ecosondas, computadoras y acero reemplazaron las intuiciones y los cascos de viraró. La pesca se volvió industria, se le quitó corazón a la hazaña de volver a puerto con carga completa, y muchos oficios se fueron apagando con la misma lentitud que las estrellas cuando llega el sol.
Sin embargo, entre los ecos de esa transformación, todavía resuena la voz de los viejos “gringos” de manos ásperas por la dureza del trabajo, llegados desde Sicilia, Calabria, Napoli o Sorrento. En la esquina de 12 de Octubre y Edison, punto de encuentro y tertulia, los dialectos se mezclaban en un cocoliche inconfundible, entre anécdotas de mar y risas a los gritos. Gritar era casi natural, acaso por los viejos motores Gardner de cilindros impar que les habían robado parte del oído y dejado el alma llena de ruido y bravura.
Aquel linaje de pescadores, verdaderos “profesores del mar” (y algunos, ¿también del relato, por qué no decirlo?), fue dejando su huella. Hoy, muchos de los capitanes que comandan modernos buques del puerto se formaron bajo su tutela. Aprendieron el oficio de quienes olfateaban cardúmenes sin instrumentos y volvían con sus lanchas a pique, desbordantes de esfuerzo y orgullo. Una chapa en la garita de Prefectura, era lo máximo que hacían previo a la zarpada, sin trámites ni burocracia, con la mente solo en el arte de pescar para poder pagar deudas o poder hacer su casa.
La tecnología cambió la balanza entre esa lucha que era desigual entre el pez y el hombre, pero la esencia sigue siendo la misma: la búsqueda incansable, el desafío, la pasión por un oficio que se transmite con la piel, en la mirada y sobre todo en la sangre de pescador. El instinto de un verdadero cazador que no se pierde.
El legado del Don Mario (ver video)
Y en ese linaje, hay una embarcación que honra la historia: el BP DON MARIO (va con mayúsculas y no por error). Su tripulación, heredera del temple costero, sigue sorprendiendo año tras año. Con profesionalismo, humildad y ese algo indomable que sólo tienen los que nacieron mirando al horizonte, han hecho de la caballa su trofeo habitual. No es casualidad, son todos los años que ya no sorprenden, lo mismo con el veloz y astuto pez limón.
El magrú, veloz, inteligente, de carne preciada por las conserveras, nunca fue una presa fácil para este segmento de embarcación a la vanguardia por su actual lejanía y poco esfuerzo de pesca para encontrarlo. Los viejos pescadores contaban que había que conocerle las mañas, y entender la corriente marina en el lugar justo detrás del paso de la anchoita, principal especie de su cadena alimenticia.
Pero, para los hombres del Don Mario, más que una pesca, es un duelo; es cuestión de honor. Cada temporada, cuando el calor asoma y el pez se aventura más al sur y cerca de la costa, ellos repiten la hazaña. No solo por dinero, sino por orgullo y amor propio, por ese fuego invisible que todavía arde en los puertos del alma.
Y así, una vez más, cuando la red se cierra y la cubierta vibra de alegría, alguno mira al cielo y murmura:
—“Va por ustedes, maestros. A la caballa, también le volvimos a ganar..!”
Porque en la vieja banquina de Mar del Plata no hay olvido. Hay memoria viva, hecha de sal, esfuerzo, mar y sangre. Un mar que, cada tanto, devuelve un lance en el límite de la resistencia de la red… como si supiera que allí arriba de esos cascos de madera, todavía habita la historia grande de la pesca argentina.
