Así es la vida, decía un referente en el café, como punto de encuentro de armadores, vendedores y parroquianos que a diario se juntan como desde hace tres décadas.
Mientras unos ojos llorosos muestran la alegría de una nueva embarcación botada a la mar, otros, pocas horas después, no mas de nueve, se despedían para siempre de su segundo piso. Su barco. Casa, lugar de encuentro, disputas, lugar de reposo y trabajo en reducidos espacios, donde se comparte todo, incluso la melancolía de ver partir debajo de los pies un barco como el Siempre San Salvador. Cuanto sacrificio de quienes invirtieron años de trabajo para tenerlo, cuidarlo y repararlo. El barco estaba a nuevo, se le puso todo lo que había que poner, pero a veces no alcanza. Una mala decisión, una mala maniobra, un mal calculo y el mar pasa la factura. No es impericia, no es falta de experiencia, a veces las cosas pasan sin saber por qué.
Pero en todo estos avatares, un barco que inicia surcar las aguas y otro que se despide de ella, hay un factor común. El ser humano, el mismo que profesa jamás abandonar a otro a la merced del mar.
Y ahí es donde aparece ese espíritu de supervivencia, de lucha por el mismo bien, llegar a puerto.
La tripulación del BP El Faro, que parece desdibujarse ante el anonimato, fue la que levanto a 8 marinos, 8 hermanos que sin dudar subió de la superficie del mar, algunos ya en la balsa, en una noche fría, en calma pero que podía convertirse en mortífera, en caso de no llegar a tiempo.
En efecto, un marino socorre a su semejante, y vaya ejemplo que, no fue ni el primero ni será el último. La banquina del puerto, como esa escuela de todas las cosas de viejos y modernos pescadores, sabe que dejada atrás las escolleras, bastan dos metros de agua para estar en las manos de Dios. Muchos Capitanes y tripulantes, al pasar por la escollera sur, miran a estribor y se persignan, ahí esta San Salvador, el patrono de los pescadores, como pareciendo depositar la vida, en sus manos.
El domingo a la tarde, se vivieron momentos de emoción, abrazos y reencuentro. La sede, fue la de Prefectura Naval Argentina, la delegación de la autoridad marítima que brega por la seguridad de los tripulantes y las embarcaciones.
Como si esto fuese poco, para un fin de semana plagado de emociones encontradas, con vientos moderados a fuertes en la zona de pesca de merluza, al Este de Bahía Camarones a unas 160 millas náuticas, fuera de la ZVPJM en lat.45°S y long.62°W, el buque congelador Carolina P, quedaba sin propulsión y merced a los vientos y olas en un mar complejo en esas latitudes como es el Atlántico sur. Ahí nuevamente surge el corazón. El joven capitán del Buque congelador Beagle I, sin dudarlo, siendo el pesquero más cerca del lugar a 3 horas de navegación, recurre a su ayuda. Remolcando un buque de 1600Tn de desplazamiento y 74m de eslora rumbo a Puerto Madryn donde después de 24hs de navegación, ingresará a puerto, recién al otro día.
Pasaran los años, bodegas mas o bodegas menos, barcos modernos y antiguos, mas o menos merluza y ahora el tan de moda langostino, lo que nunca pasará es que un hombre de mar jamás abandonará a otro y en una sociedad tan dividida, tan dispar, con criterios, necesidades e ideologías distintas, al final y sin dudas, el mar nos une.