La dimisión de Pablo Cortese en la presidencia del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) no es solo la renuncia inesperada sino la metáfora de una transición en curso, la señal inequívoca de un cambio de paradigma que sacude los cimientos del agro argentino y su sanidad.
Cortese, un hombre que apenas transitó ocho meses en el laberinto institucional de un organismo clave para la inocuidad alimentaria y la proyección internacional del país, partió en silencio, dejando tras de sí un vacío y un escenario plagado de conflictos soterrados. En su marcha resuenan las disputas por el control sanitario, la pulseada por la vacuna contra la fiebre aftosa, y, sobre todo, el choque entre la lógica tradicional de protección estatal y la nueva oleada desreguladora que empuja el Ejecutivo.
En este tablero de ajedrez, donde las piezas se mueven con un diseño estratégico, emerge con fuerza la figura de la ingeniera agrónoma María Beatriz Giraudo, santafesina, referente indiscutida de la siembra directa (aapresid) y símbolo del reformismo pragmático que hoy busca afianzar la Casa Rosada en el complejo entramado agroindustrial y sanitario alimenticio.
Giraudo no llega al Senasa como un actor improvisado. Su recorrido reciente en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), especialmente durante la disolución del histórico Consejo Directivo y la eliminación de su cargo de vicepresidenta por el decreto 462/2025, la colocó en el epicentro de una reforma que derribó décadas de autonomía institucional y modificó la anatomía de un organismo con seis décadas de historia.
Su defensa férrea del plan de achique y racionalización, a pesar de la resistencia mayoritaria del sector, revela no solo una alineación con la estrategia gubernamental sino también un entendimiento profundo de las tensiones que atraviesan el agro: la necesidad de conjugar eficiencia, apertura de mercados y recorte del peso político de las organizaciones tradicionales.
Así, Giraudo se transforma en la portadora de un mensaje claro: el futuro del agro y la alimentación pasa por la subordinación institucional, la reestructuración del Estado y la apuesta a una lógica de mercado más agresiva y menos regulatoria.
La renuncia de Cortese: La grieta que se abre con la vacuna antiaftosa
Si el traslado de Giraudo al Senasa simboliza la consolidación del nuevo rumbo, la renuncia de Cortese es la fisura que expone las fracturas internas. La “guerra de los laboratorios” que estalló con la apertura a la importación de la vacuna contra la fiebre aftosa no es un conflicto menor: representa la tensión entre una industria nacional consolidada —que aporta miles de empleos y una robusta actividad exportadora— y una política que prioriza la reducción de costos y la desregulación por encima de los intereses sectoriales.
El choque fue tan abrupto que llevó a la presentación de cartas documento y a una fuerte reacción de la Cámara de Laboratorios (Caprove), poniendo en jaque la estabilidad de un sector estratégico y la propia gestión sanitaria del país. En ese contexto, Cortese quedó atrapado entre dos fuerzas irreconciliables: el mandato de desregulación y la defensa sanitaria de un modelo productivo aún dependiente del consenso técnico.
Senasa era Milei: Entre la tecnocracia del ajuste y la agenda aperturista
La designación de Giraudo es, en definitiva, la puesta en escena de una nueva hegemonía: la del poder político que decide romper con el pasado, desmantelar las instituciones autónomas y reconfigurar el aparato público para convertirlo en un brazo eficiente —y acotado— al servicio de la lógica del mercado.
Con un Senasa que emplea a más de 5.000 personas, con responsabilidades clave para la calidad agroalimentaria y la inserción internacional, el desafío es mayúsculo. La intención de replicar el modelo de achique y racionalización —ya probado en el INTA con la idea de 1.500 retiros voluntarios— abre una etapa de incertidumbre sobre el rol futuro del organismo.
En este juego de tensiones, la figura de Giraudo no solo es la de una funcionaria técnica: es el emblema de una transformación profunda, la personificación de un nuevo pacto entre Estado y mercado, la expresión de una política que, bajo el discurso de la eficiencia, busca redibujar la geografía del agro argentino.
El paso de Cortese al costado, en medio de una tormenta que aún no amaina, y la llegada de Giraudo al timón del Senasa configuran así un punto de inflexión: la materialización de un proyecto político-económico que tendrá consecuencias decisivas para el futuro de uno de los sectores estratégicos más importantes de la Argentina.
En cuanto al sector pesquero, área que también recae bajo la órbita regulatoria del Senasa, la expectativa y expresión de deseos hoy, es que la nueva gestión mantenga una postura orientada a la flexibilización normativa y la optimización de procesos, coherente con la agenda de desregulación que ha marcado su trayectoria. Se anticipa una política que privilegiará la competitividad internacional y la modernización tecnológica, sin dejar de atender, aunque con menor énfasis, la tradicional vigilancia sanitaria y ambiental. De esta manera, el Senasa buscará armonizar el crecimiento del sector pesquero con las exigencias del mercado global, potenciando las exportaciones mientras reduce las trabas burocráticas, en línea con la lógica que ha comenzado a imponer en el conjunto del sistema agroalimentario. Mientras tanto, todo cambia para que nada cambie.