En las primeras horas de la tarde de ayer, viernes 9 de mayo, el silencio laboral de un barrio atravesado por el esfuerzo y la producción se vio quebrado por un siniestro que conmovió profundamente a la comunidad. Un incendio de proporciones importantes se desató en una estructura en construcción, futura planta de procesamiento de pescado, ubicada en la calle Rondeau 1041, entre San Salvador y Guanahani.



El fuego, cuya densa y tóxica humareda se expandió velozmente por toda la zona, comenzó poco después del mediodía y se mantuvo activo por más de cuatro horas. Dos dotaciones de bomberos, pertenecientes a los cuarteles Central y Puerto, lucharon incansablemente contra las llamas, mientras personal del Comando de Policía realizaba cortes en las arterias aledañas para facilitar el accionar del operativo.
La hipótesis inicial señala que una chispa, producto del uso de una amoladora, habría encendido una pintura asfáltica recientemente aplicada en una de las áreas de trabajo. El fuego se propagó con rapidez, alcanzando el poliuretano de las cámaras de frío —material altamente inflamable—, lo que generó un humo espeso, oscuro y asfixiante que invadió casas, comercios y calles del barrio. Algunos vecinos debieron ser asistidos, aunque, afortunadamente, no se registraron víctimas.
Gentileza Pablo Funes, @dronmardelplata
En el lugar se encontraban albañiles desempeñando tareas al momento del siniestro. La evacuación fue rápida, pero no sin sobresalto. En medio del operativo, y con la estructura aún envuelta en humo, la figura solitaria del joven titular del proyecto se mantenía a un costado. El diálogo fue breve, casi silente, propio del dolor que no necesita palabras. No hubo lamentos, solo la mirada absorta de quien ve el fruto de años de esfuerzo, trabajo e inversión reducirse, momentáneamente, a ruinas humeantes.
No se trataba de una fábrica más. Era el proyecto soñado de alguien que, lejos de abandonar su vocación, había apostado todo en medio de un contexto industrial difícil, adverso, incierto. No solo invirtió dinero, sino tiempo, energía, vida. Y ese fuego, ajeno en su causa, se llevó más que materiales: quemó ilusiones, demoró planes, puso a prueba voluntades.

Sin embargo, en medio de la tragedia, no hubo lugar para la rendición. Lo que podría haber sido un final, parece, con toda la fuerza del espíritu que vimos allí, apenas un intervalo. Porque cuando el impulso nace de la convicción profunda y del amor por lo que se hace, ningún incendio es capaz de apagar esa llama interior que empuja a seguir.
Desde esta redacción, queremos expresar nuestra solidaridad con quien ayer vio, diluirse entre columnas de humo, un sueño que merece concretarse. Que este episodio no sea más que una pausa forzada, una prueba del destino que sirva como trampolín para volver a proyectarse con más fuerza. Porque quienes no se rinden merecen renacer. Porque quien apuesta al trabajo, incluso en tiempos difíciles, ya ha ganado en lo esencial.cY porque de las cenizas, a veces, emergen los proyectos más firmes.