La costa de Mar del Plata fue ayer escenario de un episodio singular que dejó asombrados tanto a marineros experimentados como a simples curiosos que se acercaron al puerto y a toda la costa. El mar, eterno protagonista de la vida portuaria de la ciudad, se retiró mucho más de lo habitual, dejando al descubierto paisajes submarinos y secretos de su geografía que rara vez emergen a la vista humana. Aunque está previsto en las cartas náuticas, la magnitud del fenómeno causó un notable impacto visual y operativo, alterando el ritmo cotidiano del puerto.




Este fenómeno tiene su explicación en el complejo ciclo de las mareas, resultado de la atracción gravitacional que la Luna y el Sol ejercen sobre la masa de agua terrestre. Este movimiento natural marca el pulso del océano, que dos veces al día avanza y retrocede en una coreografía que parece inmutable. Sin embargo, factores locales pueden alterar ese orden. En Mar del Plata, cuando los vientos del noreste soplan con fuerza y persistencia, ejercen una presión sobre la superficie marítima que funciona como una muralla invisible, impidiendo que el agua ingrese al puerto con la fuerza habitual durante la pleamar. Así, el ciclo se interrumpe y la bajante se intensifica, como si el mar quedara contenido por fuerzas opuestas.
Durante las últimas 24 horas, se registraron vientos sostenidos de hasta 32 nudos provenientes del noreste, que coincidieron con la bajamar más pronunciada del día, registrada a las 16:47 horas. Esta combinación dio lugar a un escenario excepcional. El agua retrocedió mucho más de lo esperado y dejó zonas del puerto insólitamente expuestas. El efecto no tardó en hacerse visible; varios buques pesqueros apoyaron su quilla y pantoque sobre el fangoso fondo marino, quedando literalmente varados en algunos espigones. Aunque no hubo daños materiales ni riesgos para las embarcaciones, la imposibilidad de maniobrar generó retrasos en las salidas previstas y obligó a reprogramar operaciones hasta la pleamar.
En una recorrida por la costa pudo observarse la magnitud del fenómeno. Incluso embarcaciones recreativas, amarradas en el espejo de agua náutico, quedaron inmóviles, rodeadas por bancos de arena y fango que rara vez quedan al descubierto. La postal era la de un puerto detenido en el tiempo, con barcos inmóviles y un paisaje transformado por la fuerza combinada de la naturaleza y el azar.



Uno de los escenarios más llamativos se dio en la restinga junto al histórico Faro de Punta Mogotes. Este lugar, tradicional para navegantes y pescadores, suele dejar ver algunas formaciones rocosas en bajantes de sicigia. Sin embargo, ayer el mar retrocedió tanto que dejó expuesto un manto negro de pequeñas incrustaciones y organismos marinos, conformando un ecosistema único y normalmente oculto. La escena tenía un aire casi arqueológico, como si el mar hubiese decidido revelar, por unas horas, una parte de su mundo secreto.



Al pie de esta restinga se erige el faro, un testigo centenario de estos vaivenes. Construido en Francia por la firma Barbier, Benard y Turenne, fue traído desarmado y ensamblado en estas costas en 1890 por el constructor Pedro Besozzi. Su inauguración oficial se realizó el 5 de agosto de 1891 bajo la órbita del Servicio de Hidrografía Naval, y desde entonces ha guiado a innumerables embarcaciones en estas aguas, tan cambiantes como impredecibles.
A pesar del asombro general, la situación no representó una emergencia. Los capitanes de buques pesqueros y embarcaciones recreativas conocen desde hace generaciones estos ciclos y los consideran en sus maniobras. Las cartas náuticas ya contemplan bajantes extremas, incluso menor por algunos centímetros a la observada en la tarde de ayer, reflejando la precisión con la que el Servicio de Hidrografía Naval contempla, para preservar la seguridad a los navegantes. Sin embargo, por más que el fenómeno sea previsible, la imagen de un mar retirándose hasta revelar su fondo provoca una mezcla de respeto y fascinación difícil de ignorar.
Lo sucedido es un recordatorio de que, incluso en tiempos de tecnología avanzada y predicciones precisas, la naturaleza conserva la capacidad de sorprender. Bastan un viento persistente, una bajamar exacta y una geografía singular para alterar la rutina de toda una comunidad portuaria. En Mar del Plata, donde la vida diaria gira en torno al mar, este episodio no solo demoró algunas salidas pesqueras, sino que dejó una postal inolvidable: la de un océano en retirada, mostrando por un instante el paisaje oculto sobre el que se levanta la ciudad.