John Goodlad, escritor, empresario y ex criador de salmones en jaulas, visitó recientemente las Islas Malvinas invitado por Unity Marine, empresa que proyecta inversiones en acuicultura en el Atlántico Sur.
En una conferencia titulada “Alimentos del Mar”, el experto —también asesor de fondos internacionales en alimentos marinos— reflexionó sobre los desafíos de alimentar a una población mundial en constante crecimiento mediante una producción marina sustentable y sostenible, destacando el potencial que la región podría tener para la cría de salmones.

“No estoy aquí como promotor de la industria, sino para contribuir al debate con información técnica”, sostuvo Goodlad, quien expuso la experiencia de las Islas Shetland, donde la cría de salmones se desarrolla desde hace más de cuatro décadas. Según explicó, en ese tiempo no se han registrado impactos ambientales significativos ni perjuicios al turismo. “Las Shetland siguen conservando su belleza natural, y hoy incluso los visitantes se interesan por conocer las granjas como parte de la identidad moderna de las islas”, señaló.
El experto argumentó que, frente al desafío global de alimentar a más de 11 mil millones de personas hacia 2050, la acuicultura marina representa una alternativa con baja huella de carbono en comparación con la ganadería terrestre. “Producir un kilo de salmón genera apenas tres o cuatro kilos de emisiones, muy por debajo de la carne vacuna, que puede requerir hasta sesenta”, subrayó, invitando a “mirar al mar como fuente de futuro”.
Sin embargo, mientras se desarrollaba la visita del especialista, otra discusión tomaba forma en sentido contrario. Una delegación del grupo “Malvinas Libres de Salmones” viajó a las Islas Faroe para interiorizarse sobre los efectos de la industria en ese territorio del Atlántico Norte. Allí mantuvieron reuniones con autoridades ambientales, organizaciones civiles y economistas locales, quienes ofrecieron una mirada crítica sobre los impactos ecológicos y económicos del modelo.
Según representantes de la Agencia del Medio Ambiente de las Faroe, varios fiordos debieron cerrarse a la producción por contaminación derivada de efluentes, escapes de peces y proliferación de piojos marinos. El tema fue incluso documentado en el reconocido audiovisual “Bajo el reino del salmón” (KVF, 2018), que retrató las tensiones entre desarrollo económico y conservación ambiental.
A su vez, economistas consultados reconocieron que, pese al alto nivel de empleo generado, gran parte de las ganancias termina concentrada en manos de accionistas extranjeros, un fenómeno que ha suscitado debate en torno a la soberanía económica y la distribución del beneficio local.
Estas visiones contrapuestas evidencian la complejidad del dilema que enfrentan las Islas Malvinas. De un lado, la posibilidad de integrarse a un circuito global de producción de alimentos de alta demanda y bajo impacto relativo; del otro, el temor a repetir experiencias donde la rentabilidad inmediata superó la capacidad de control ambiental.
En el plano político, la cuestión excede lo técnico: pone a prueba la madurez institucional del archipiélago frente a una decisión estratégica que podría reconfigurar su economía marítima. Unity Marine sostiene que cualquier avance deberá basarse en estándares internacionales de sustentabilidad y monitoreo científico, mientras los movimientos ambientalistas insisten en priorizar la preservación del entorno prístino como valor identitario y diferencial.
Entre ambas posturas, emerge una pregunta inevitable: ¿pueden las Malvinas convertirse en un modelo de acuicultura responsable en el Atlántico Sur sin perder su equilibrio ecológico?.
El tiempo, la ciencia y la política darán forma a esa respuesta. Por ahora, el debate se instala con fuerza y promete marcar un capítulo clave en la historia productiva del archipiélago.
Nota en base a fuente de Penguin News. Imagen de John Goodlad, gentileza Shetland News.