Desde Washington D.C., el ministro de Economía Luis Caputo envió un mensaje grabado a los empresarios reunidos en la 61ª edición del Coloquio de IDEA, celebrado en Mar del Plata esta semana. En su intervención, el titular del Palacio de Hacienda delineó los ejes de la política económica poselectoral y reivindicó lo que considera los logros alcanzados durante su gestión.
En su exposición, Caputo destacó la estabilización macroeconómica y la búsqueda del equilibrio fiscal, que —según afirmó— la Argentina “no alcanzaba desde hacía casi un siglo”. Aseguró que el país atraviesa “un contexto económico más previsible” y sostuvo que “ya se observa una recuperación de los salarios reales”, pese a los indicadores que exhiben una marcada pérdida del poder adquisitivo. También subrayó la desaceleración de la inflación y anticipó que en los próximos meses “convergerá hacia los niveles internacionales”.
Reformas estructurales en agenda
El ministro reiteró que el Ejecutivo avanzará con las denominadas “reformas de segunda generación”, entre las que destacó la reforma laboral y la reforma tributaria. En el primer caso, sostuvo que “la modernización del régimen laboral es fundamental”, argumentando que la Argentina “viene de un esquema arcaico, rígido e imprevisible”. Propuso un sistema “más ágil y dinámico”, orientado a “terminar con la industria del juicio, que beneficia a unos pocos en detrimento del conjunto de los argentinos”, en un claro guiño al sector empresarial.
Respecto de la agenda impositiva, anticipó que se buscará “la eliminación de numerosos tributos, la reducción de otros y la simplificación del régimen fiscal”. Añadió además que se promoverán “incentivos para el desarrollo del ahorro interno” con el propósito de dinamizar la inversión privada. “Abrirse a la competencia y tener que invertir representa un desafío —reconoció—, pero constituye la base para construir un nuevo país”, enfatizó.
Sin devaluación y con respaldo internacional: “Este es el camino”
Caputo rechazó enfáticamente la devaluación del peso como herramienta de competitividad, al afirmar que “resulta anacrónico seguir creyendo que la única forma de que Argentina sea competitiva es con una moneda débil”. Ratificó así la decisión del Gobierno de sostener el actual esquema cambiario y fortalecer el anclaje fiscal y monetario como pilares de la estabilidad.
El funcionario se encuentra en la capital estadounidense en el marco de las reuniones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, así como en conversaciones bilaterales con autoridades de Estados Unidos, en el contexto del acercamiento político entre Javier Milei y Donald Trump. Por esa razón, el ministro no participó de manera presencial en el tradicional encuentro empresario que se desarrolla en esta ciudad.
No obstante, en el hall central del primer subsuelo del Sheraton Mar del Plata, en el break coffe, sus palabras generaron más preocupación que certezas, “de hecho, el tipo de cambio ya pasó de $1140 a $1500, con una devaluación del 31% del peso, a pesar de las ventas de divisas que el propio Trump anunció sobre el techo de la banda impuesta por las actuales autoridades económicas y monetarias”, se escuchó decir a un economista radial, que otrora pedía permiso para sacarse fotos con Mauricio Macri siendo presidente.
Un mensaje al empresariado
El video enviado por Caputo buscó transmitir confianza al sector privado y ratificar la continuidad de un programa económico de largo plazo. “Necesitamos un régimen más dinámico y moderno, que deje atrás las viejas estructuras del pasado”, enfatizó. Y concluyó con un llamado a los empresarios a “invertir, competir y apostar por la Argentina que finalmente quiere salir del estancamiento”.
Sin embargo, el mensaje oficial elude el corazón mismo del problema económico argentino: mientras el sector privado ajusta cada día con dolorosa eficiencia, expuesto a la volatilidad de los mercados, a la caída de consumo y a la presión impositiva, el Estado —en sus tres poderes— persiste en seguir gastando mucho y mal; ya que cada año es necesario recurrir al mercado internacional para sostener un modelo que desde hace un año hace agua. A ello se suma la postergación sistemática de las reformas estructurales —tributaria, laboral, política y legislativa— que se anuncian con grandilocuencia, pero carecen de ejecución, y voluntad real y posible.
El resultado es un Estado que absorbe el crédito del sistema financiero, desplazando al sector productivo, industrial generador de trabajo, asfixiando la inversión y neutralizando la iniciativa privada. Esa distorsión histórica, sostenida por décadas de inercia y corporativismo, es el núcleo de la enfermedad económica argentina: un aparato público voraz que se devora la energía creadora del país y que impide, una vez más, construir un horizonte de desarrollo genuino y sostenible.