En una decisión de alto calibre geoeconómico, la República Popular China ha formalizado un protocolo bilateral que autoriza, por primera vez, la importación de pescado brasileño de origen salvaje.
Este acuerdo, sellado tras casi una década de persistente gestión diplomática y técnica por parte del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Abastecimiento de Brasil (MAPA), representa un punto de inflexión en la arquitectura comercial entre ambas naciones, al tiempo que inscribe a Brasil en la esfera de proveedores estratégicos de productos del mar para la segunda economía del mundo.

El anuncio oficial, emitido por la Administración General de Aduanas de China (GACC), se produce en una coyuntura crítica: el inicio de la moratoria pesquera estival que Pekín impone sobre sus propias flotas desde 1995. Esta veda, que se extiende desde el 1 de mayo hasta mediados de septiembre en el Mar de China Oriental, tiene como consecuencia directa la paralización de la pesca nacional y la consecuente intensificación de la demanda externa de productos del mar. Es en este contexto de reconfiguración de las fuentes de abastecimiento que Brasil emerge como actor relevante, en un tablero tradicionalmente dominado por potencias pesqueras como Rusia y Ecuador.
Durante la ceremonia de firma en Brasilia, estuvieron presentes importantes autoridades de ambos países. Por parte de Brasil, participaron el secretario de Comercio y Relaciones Internacionales del MAPA, Luís Rua; el subsecretario de Comercio y Relaciones Internacionales, Marcel Moreira; el subsecretario de Defensa Agropecuaria, Allan Alvarenga; y el director del Departamento de la Industria Pesquera, José Ravagnani. Representando a China, el viceministro del GACC, Lyu Weihong, encabezó la delegación, acompañado por especialistas en temas sanitarios y fitosanitarios.
Este avance se enmarca en la estrategia más amplia desplegada por el presidente Xi Jinping, quien durante su visita oficial a Brasil el 20 de noviembre pasado, sostuvo un encuentro con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. En dicha instancia se rubricaron una serie de protocolos técnicos y sanitarios que consolidan el acceso de productos alimentarios brasileños al mercado chino, incluidos subproductos clave como la harina y el aceite de pescado, destinados a la industria de alimentación animal, asimismo, este convenio fue parte de otros 37 acuerdos bilaterales de comercio entre ambos países.

En términos macroeconómicos, el comercio bilateral continúa en expansión. En 2024, China importó desde Brasil mercancías valoradas en 94.400 millones de dólares, mientras que sus exportaciones hacia el país sudamericano alcanzaron los 69.100 millones de dólares. Aunque Brasil aún no figura entre los diez principales orígenes de las importaciones chinas de productos pesqueros, esta apertura sugiere un cambio de paradigma en el patrón de diversificación de proveedores de alimentos estratégicos por parte de Beijing.
Este movimiento también debe ser leído bajo el prisma de una táctica geopolítica más profunda: la intención de China de reducir su dependencia de Occidente en materia de seguridad alimentaria y de establecer vínculos económicos más sólidos con el llamado Sur Global. La política de apertura selectiva al acceso al mercado alimentario ha sido empleada por Beijing no sólo como instrumento de diplomacia comercial, sino también como mecanismo de equilibrio frente a las tensiones estructurales con Estados Unidos, exacerbadas desde la imposición de aranceles por parte de la administración de Donald Trump.
Paralelamente, China consolida su superávit en otras regiones clave. En el primer trimestre de 2025, sus exportaciones hacia la Unión Europea crecieron un 4 % interanual, mientras que las importaciones desde la UE cayeron un 6 %, reflejo del robustecimiento de su capacidad manufacturera interna. El resultado: un superávit comercial con el bloque europeo de 64.000 millones de dólares, un incremento del 18 % respecto al año anterior.
En suma, el protocolo con Brasil no es un hecho aislado, sino una pieza cuidadosamente integrada dentro de una estrategia de largo alcance anticipando los movimientos proteccionistas de los Estados Unidos de América. Se trata de una apuesta por la necesidad alimentaria, el redireccionamiento geoeconómico y la afirmación del liderazgo chino en la reconfiguración del comercio mundial de alimentos. Para Brasil, representa una puerta abierta a uno de los mercados más dinámicos del planeta y una oportunidad histórica para posicionarse como potencia exportadora de proteína de origen marino salvaje.
Mientras tanto, en Argentina, la escena se degrada en un laberinto de disputas estériles, pulsos políticos y exhibiciones de fuerza tan ruidosas como improductivas. En lugar de avanzar hacia acuerdos estructurales que posicionen al país en el tablero global del comercio pesquero, persiste una parálisis corrosiva, donde el cortoplacismo, la improvisación e ineptitud y la indiferencia institucional de intermediarios condenan al sector empresarial a navegar en la más absoluta incertidumbre. El resultado hacia el futuro es devastador: balances en rojo, inversiones paralizadas y una industria estratégica reducida a espectadora de su propio deterioro.