La mezcla inevitable entre visitantes y trabajadores es moneda corriente en estos días en el puerto marplatense. Desorden vehicular y falta de empatía, sobre todo en muchos conductores de vehículos, están los que necesitan el paso, a decir verdad están trabajando; y los otros, los que curiosean y hacen turismo desde su auto por el medio de la calle. Falta poco para diagramar un esquema que el propio Gabriel Felizia viene trabajando desde hace tiempo. Unir turismo y producción sin que haya malestar es un gran desafío. El turismo necesita saber que el puerto es una gran generación de trabajo para la ciudad, la provincia y el país. Pocos son los que saben que el tercer parque industrial de Argentina es el de Mar del Plata con una instalación de 62 empresas. El cluster pesquero dentro del Consorcio Portuario Regional Mar del Plata tiene 170 empresas productivas, pesqueras, industriales y procesadoras; además de cada congelador que bien puede ser tomado como una planta procesadora más.
Como todo lo bueno y algo de lo malo, el puerto lleva a convivir turismo y producción en una misma avenida. A las necesarias obras que se están llevando a cabo en las calles internas del puerto de Mar del Plata (colocación de cloacas y reparación de asfaltos) se suma el intenso movimiento turístico, que en días nublados se acrecienta, por la curiosidad de los turistas por recorrer la banquina chica y fotografiar o filmar a los lobos marinos que ya habían sido “trasladados” a su reserva en la escollera Norte, pero que han regresado como para adornar una postal irrepetible.
Más allá de que falta señalización en calles internas (estaría proyectado como obra futura), los cordones de las veredas pintados de color amarillo (señal internacional que no se permite el estacionamiento vehicular), se suma la falta de consideración de automovilistas y conductores de camiones de gran porte, como por ejemplo se puede ver a diario en las proximidades de la UTN Mar del Plata, donde los camiones que transportan combustible y que no son conocedores del lugar, estacionan libremente en el lugar destinado para automóviles o bien en sitios no permitidos.
Como si esto fuera poco, algunos de sus choferes se instalan para hacer algún refrigerio, buscando un poco de sombra. Un despropósito sin dudas.
La mezcla turística y productiva también genera sus inconvenientes. La gran idea de hacer una salida directa desde el muelle Deyacobbi hacia la avenida de los Pescadores (arteria principal de ingreso y egreso al puerto local), parece no ser tal, más allá de lo acertada de la medida cuando habitan en el muelle varios camiones que reciben cajones en las descargas.
Es que largas filas de ansiosos turistas esperan para adquirir su ticket o embarcarse en el barco de paseo más grande que tiene la ciudad, hacen a diario que las tareas de los choferes de camiones se vea dificultada y hasta peligrosa por momentos.
En lo estrictamente productivo, el panorama es dispar y las opiniones casi coincidentes.
Mientras controla la descarga y toma nota en un pequeño papel, uno de los encargados nos cuenta que “apareció algo de langostino”, la merluza es de buena calidad… pero al observar tanto él como nosotros lo que se estaba descargando, con una sonrisa remata: “bueno, no tan buena, está viniendo de todo. Tratamos de que esté todo bien cuidado, así no se quejan tanto ustedes en la revista”, dice ya este viejo amigo pero con cara de “pocos amigos” a raíz de la nota acerca de la merluza, el muelle habla.
El diálogo sólo permite aclarar que lo que se refleja en este medio –como en tantos otros- es lo que uno ve, percibe, averigua y constata. Si hay pescado maltratado no es responsabilidad de quien escribe o publica la noticia. Nosotros somos PESCARE, no pescamos. A algunos no les resulta fácil de entender que no se debe “matar al cartero” si éste no trae buenas noticias, es que algunos desean que escondamos lo que el muelle habla.
Por suerte en la recorrida y con gente que acredita más de tres décadas tanto en la banquina o en los muelles, nos podemos interiorizar aún más del panorama en el puerto marplatense promediando la semana.
“Desde mi punto de vista los barcos están pescando mal. Las mareas se están haciendo largas. El pescado no termina siendo bueno. Como te decía recién el ‘amigo’ ; hay algo de langostino que tiene bastante buena calidad, ese es el desafío » , nos cuenta el interlocutor que peina muchas canas.
“El problema más grande que tenemos hoy es la calidad. Ocurre que a los barcos ‘se le van los días’ …. cuando van al sur traen pescado grande, traen calamar… y los días se van y el que tal vez era buen pescado al pasar más de 7 días la calidad en la descarga de un fresquero no es la mejor. Sin ir más lejos, entró ayer a las cinco y media un fresquero relativamente chico de 26/27 metros, estuvo 14 días afuera, decime como queres que sea el pescado que baje? Paseó por todos lados, intentando capturas de calamar mientras en la bodega ya tenía merluza. Por más buen frío que tenga, 14 días un fresquero es un despropósito. ”, nos cuenta pidiendo reserva de su nombre como casi todos en el muelle.
Ampliando la charla, conociendo el mercado y yendo un poco más allá, nos cuenta: “el otro problema que tenemos, todos, los grandes, los medianos, los chicos, es que el dólar oficial se mueve poco, los costos se fueron todos al carajo. Si no le meten un ‘saque’ al dólar oficial, nos vamos a trabar. No sé a qué precio justamente, pero un 10% de devaluación…. Para los frigoríficos es caro, para los barcos es barato. Así estamos jodidos ”.
“La inflación está tomada con un dólar de casi 400 mangos el blue. Entiendo que son políticas; yo entiendo de pescado, hace más de treinta años que gasto suelas en la banquina primero y en el muelle después, pero te digo que esto así no va, se invierte mucho para una rentabilidad muy baja y te lo digo yo, que no soy armador, pero estoy cerca de ellos”, remata el preocupado referente del muelle.
Las abuelas y un poco más allá, remataban estas situaciones con una frase: “más clarito… echale agua”. Pero que no sea de mar.