En el contexto actual de la economía argentina, se ha instaurado un nuevo paradigma basado en una premisa fundamental: la imperiosa necesidad de no gastar más de lo que se ingresa. Esta regla, que parece recordar a los principios básicos del equilibrio fiscal, evoca la advertencia de Adam Smith cuando sostenía que «lo que se ahorra en una nación es lo que al final se invierte» (La Riqueza de las Naciones, 1776). Al igual que en el siglo XVIII, la cuestión del déficit fiscal y su financiación sigue siendo central en la estabilidad de cualquier economía. Con esta premisa, encuentra una sinnúmero de justificaciones que a diario vemos. ¿Qué ahorró Argentina en 40 años de democracia? (y mucho antes también).- Nada; bueno así vemos el puerto, las calles, las plazas, las autopistas, la iluminación, los ferrocarriles, etc., etc., etc., y todo lo que nos rodea, salud, seguridad, educación, justicia; en definitiva los servicios esenciales que debe prestar el Estado para garantizar la vida, la dignidad y el bienestar de las personas.
Así, el déficit no se disuelve por sí mismo: requiere ser financiado mediante emisión monetaria, endeudamiento o el incremento de la presión impositiva. En cualquiera de estos casos, el costo de cubrir los desequilibrios creados por políticas populistas, o por las demandas de una sociedad que aún no ha internalizado las limitaciones estructurales del ciclo económico, debe ser absorbido. Como bien señalaba Jean-Baptiste Say, «la riqueza no es el resultado de la creación monetaria, sino de la producción» (Tratado de Economía Política, 1803).
El panorama internacional, ante la falta de confianza generada por reiterados incumplimientos de acuerdos y principios, lleva inevitablemente a un proceso de ajuste. El célebre economista David Ricardo destacaba en su teoría de los costos comparativos la importancia de mantener la confianza entre naciones para asegurar el comercio y la estabilidad económica. Argentina, un país que ha prometido disciplina fiscal una y otra vez, ha erosionado esta confianza, generando ciclos de ajuste inevitables y dolorosos. Como Ricardo predijo en su obra sobre el comercio internacional, la violación de compromisos trae consigo la inestabilidad de los mercados y el aumento de las presiones de ajuste en el sistema económico.
Con la llegada de las actuales autoridades, que han hecho del déficit fiscal cero su principal objetivo, el país ha comenzado a recorrer un camino de mayor rigor fiscal. Tal como sostenía Milton Friedman, «no hay tal cosa como un almuerzo gratis» (Capitalismo y libertad, 1962); haciendo referencia que el valor es intrínsecamente relacionado a la existencia de un bien o servicio y cada desbalance fiscal debe ser corregido en algún momento, y las consecuencias de los déficits excesivos no se pueden evitar sin un ajuste en las cuentas públicas. En este caso, el ajuste ha venido a través de políticas de austeridad que intentan devolver el equilibrio a las cuentas del Estado, limitando la emisión de dinero para consumo.
El modelo económico argentino, históricamente vinculado a los ciclos internacionales de bienes y servicios, ha dependido tradicionalmente de sus sectores agrícolas y pesqueros. En este sentido, John Stuart Mill, en su obra Principios de Economía Política (1848), advertía sobre los riesgos de una excesiva dependencia de la exportación de commodities, subrayando la necesidad de diversificar la estructura productiva para evitar la vulnerabilidad a los vaivenes del mercado global. La integración de productos del mar, como la merluza, el langostino y el calamar, como commodities, es un reflejo de esta continua dependencia, que, aunque ofrece oportunidades de ingreso en épocas de alta demanda internacional, también expone a la economía pesquera a la volatilidad de los precios externos, cuya variable de ajuste, el sector, busca que el Estado lo haga con la readecuación del Tipo de Cambio, cuando el objeto a exigir, es que, en un modelo que se vanagloria el Estado nacional por ir a los principios básicos de una economía genuina, sincera, ajustada y eficiente, no se puede trabajar con Derechos de Exportaciones del orden del 6%; porque a diferencia con los cereales, estos ajustan sobre la materia prima; mientras que en la pesca se paica sobre productos con valores intrínsecos de costos industriales incluidos, haciendo que el tributo se aplique en cada ingrediente -incluso en impuestos, tasas y contribuciones- por lo que el principio de equidad y justicia que debe tener todo tributo, en la pesca queda desdibujado exageradamente.
En las últimas décadas, se ha observado una tendencia en Argentina a malgastar los excedentes generados en tiempos de bonanza. Hasta el desprestigiado (para este gobierno) de John Maynard Keynes advertía sobre la importancia de la inversión productiva frente al consumo excesivo, enfatizando que «cuando la inversión productiva es insuficiente, el crecimiento económico a largo plazo se ve comprometido» (Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, 1936). En el caso argentino, en lugar de prever para tiempos de vacas flacas, como la hormiga de la fábula, el país ha seguido el modelo de la cigarra, dilapidando los ingresos adicionales sin generar un esfuerzo equivalente en términos de inversión o ahorro.
El sector privado, en medio de estas crisis cíclicas, ha desarrollado una notable capacidad para adaptarse y aprovechar los ciclos de devaluación, beneficiándose más de las oportunidades especulativas que de la operación productiva. Joseph Schumpeter, en su teoría del destrucción creativa, describe cómo las crisis económicas pueden generar ciclos de innovación y transformación estructural. No obstante, en el caso argentino, este proceso de adaptación ha dado lugar a un sistema donde las ganancias financieras especulativas han prevalecido sobre la creación de valor productivo, lo que ha frenado el desarrollo de una economía más diversificada y robusta por una acumulativa en moneda dura, muchas veces girada fuera del sistema, lo que en definitiva termina acelerando procesos de falta de demanda de divisas.
Con la llegada de nuevas autoridades, la lógica imperante ha comenzado a cambiar. Friedrich Hayek, en su obra Camino de servidumbre (1944), insistía en la necesidad de que el mercado se ajuste de manera natural sin intervenciones artificiales, sugiriendo que los desequilibrios económicos, si no se corrigen, terminan por distorsionar la eficiencia productiva. Bajo esta premisa, el ajuste actual recae sobre el sector privado, que enfrenta nuevas presiones para mejorar su eficiencia y operar de manera más competitiva; pero esa eficiencia del sector privado pesquero, no será para su renta, ahorro o generación de riqueza, sino para financiar al Estado que ya, mientras tanto sus desajustes, no los absorberá con mayor endeudamiento (porque nadie le presta un mango), ni a mayor emisión (porque es la premisa del peluca mayor del gobierno).
La moraleja que surge de este análisis es clara: aquellos actores económicos que logren operar con eficiencia y previsión prosperarán en este nuevo contexto, pero a sabiendas que en el camino serán quienes solventen con mayor tributación, las correcciones del Estado. Como afirmaba Arthur Okun, en su obra Igualdad y eficiencia: el gran trade-off (1975), «la eficiencia económica y la equidad son objetivos a menudo incompatibles«, lo que sugiere que las empresas y actores que no se ajusten a las nuevas exigencias del mercado verán comprometida su supervivencia. El ajuste estructural, lejos de ser una simple opción, es una necesidad ineludible para depurar el sistema productivo y permitir que aquellos que realmente generan valor perduren en el tiempo.
En suma, los grandes pensadores de la economía coinciden en un punto central: la eficiencia, la previsión y el cumplimiento de las reglas económicas básicas son los pilares de una economía estable. En la Argentina actual, la era de la especulación y la dependencia del Estado benefactor parece estar llegando a su fin. El tiempo de la verdad ha llegado, y con él, la necesidad de un ajuste profundo en la matriz productiva del país, para finalmente alcanzar un equilibrio económico sustentable y duradero.
La realidad, es que esta nota no pretende dar a entender el conocimiento de algunos referentes económicos, sino indicar al lector, que en el mundo de los números, todo ya está escrito, solo basta entender cuál es el modelo que ofrece Argentina hoy para sostener la salud de su empresa en defensa de sus empleados, proveedores y la historia, que tanto costó conseguir, siempre haciendo referencia que ni son 4 los puntos cardinales como tampoco 7 los colores del arco iris, dejando las consideraciones de ésta temeraria dinámica a su juicio, y sugiriendo que no la desconozca…
Argentina viaja a un modelo que no es habitual, entenderlo puede hacer la diferencia entre sobrevivir o quedar en el intento. Y cuanto más rápido se entienda y procese, más veloz serán los límites. El modelo de la empresa pesquera está tirando manteca al techo, pero no se da cuenta. Y en algún momento puede escasear.
La pregunta que sugiere el título de esta nota, descártelo por completo, por ahora no busque enmiendas ni ocupe su pensamiento en salvadoras recetas en un Tipo de Cambio más competitivo, sino en mejorar sustancialmente una sobreexagenrada base de costos que el sistema de la empresa pesquera paga por hábitos y costumbres. Solo basta con preguntar cuanto vale un grillete en la zona puerto, cotéjelo con ferreterias lejanas, verá que la diferencia aun le permite un Tipo de Cambio menos competitivo.
Buen domingo para todos..!
Por DMC