En todo el mundo, y desde el año 1975, se conmemora el Día Internacional de la Mujer, no se celebra, se la homenajea recordando a las 129 mártires que murieron en un incendio en una fábrica en Nueva York, Estados Unidos, protestando por un trato igualitario.
Muy fácil sería caer en nombres propios como suele ocurrir en estas conmemoraciones. Podríamos hacer una extensa lista donde se enumeren cientos de nombres propios, pero sería cometer un gran acto de injusticia, en un día que precisamente busca eso: justicia.
La justicia entre la paridad de géneros, de actividades, de oportunidades, algo que en el sector pesquero y naval cada día parece ser una constante y que deseamos que prontamente sea una habitualidad o lo que se podría llamar como “normalidad”.
Lo que sí bien podemos hacer es enumerar actividades y tareas, remuneradas o no, que tienen vinculación con la importancia del sacrificio que día a día han realizado y realizan en pos de construir desde su lugar.
La mente nos puede trasladar a aquellas casas donde la mujer, o ama de casa como aún se la conoce, era la encargada no solo de sus hijos, sino de la espera de su pareja, de su marido, de su compañero que salía por las madrugadas para “ir al agua” o para trabajar en algún establecimiento de procesado de pescado o un taller naval, por citar dos de los lugares más emblemáticos.
Hoy es habitual que una mujer dirija un astillero naval, presida una cámara o se encargue de las comunicaciones de una empresa, siendo el sostén de algún familiar con quien comparte las tareas, o trabajando como un engranaje más del entramado productivo.
Por su capacidad, por su forma de atender al público, por ser más amable (porque no decirlo) en decenas de plantas pesqueras se encargan de la faz administrativa algunas, mientras que otras, bajando de un colectivo o transportándose del modo que fuese, desafían las madrugadas para procesar materia prima sin importar el dolor corporal que le pueda provocar las bajas temperaturas.
El abanico de oportunidades afortunadamente se abrió de un modo impensado: establecimientos educativos que forman hombres de mar, con un uniforme para cuidar la Soberanía argentina o manejar un camión, ya no resulta extraño en los puertos argentinos. En buena hora que suceda.
Hasta no hace mucho tiempo podía resultar extraño que una mujer pudiera capitanear un barco o realizar tareas de marinero, trabajando a la par de sus compañeros, sufriendo los embates del mar en plena cubierta, calibrando peces o crustáceos, o navegando como personal al cuidado de la salud de los embarcados. Eso también era raro y ya no, y sea también bienvenido.
Para identificar cada una de las tareas que realizan de igual o mejor modo que sus pares hombres, basta con hacer una lista de las actividades que tienen que ver con la industria naval por ejemplo, donde ya no es extraño verlas soldar con asombrosa precisión, con una capacidad admirable por todos o trabajando en un muelle en plena estiba, manejando cuadrillas de hombres curtidos por el frío, igual que ellas.
Fileteras, calibradoras, peonas, salando como nadie anchoas y colocando el amor de madre, por más que aún no lo sean o no lo hayan sido, son las características principales con las cuales desarrollan cada trabajo, de modo preciso y vigilante como lo puede hacer alguien de la seguridad en el puerto, a veces con situaciones difíciles con aquellos que no han logrado entender que lo de “género masculino o femenino” hoy ya es una mera anécdota de otros tiempos, de otro mundo.
Vaya como prueba que cada embarcación, a la hora de ser botada, tiene y tendrá para siempre una madrina, no un padrino, símbolo no menor de lo que representa la mujer en cada hogar y en cada trabajo.
El resumen y el homenaje se reflejan en que cada cosa que pueda hacer un hombre, lo puede hacer una mujer, pero no viceversa.
Como cada año PESCARE quiere reconocer a las mujeres destacadas de nuestra ciudad por un sinnúmero de razones que podríamos explicar en líneas que conducirían al mismo lugar: el reconocimiento en este su día, el Día Internacional de la Mujer.