El escenario económico global proyectado para 2025, con un crecimiento del PIB mundial estimado en 3,3% y sin recesiones dentro del G20, representa una señal alentadora, aunque lejos de constituir un camino despejado. Estados Unidos de América impulsa el proteccionismo mientras en Argentina se intenta abrir la economía al mundo. El G20 que proyecta crecimiento podría morigerar esas previsiones con un mundo en recesión producto de barreras arancelarias que dificulten el intercambio mundial de bienes y servicios.
La desaceleración inflacionaria y las condiciones financieras más favorables configuran un marco más benigno, pero el auge de medidas proteccionistas –particularmente desde los Estados Unidos bajo el liderazgo de Donald Trump– introduce una dosis significativa de incertidumbre que reverbera con fuerza en países periféricos como Argentina. Los incrementos de aranceles de ingreso al bloque americano podrían afectar el comercio mundial y ello, acabaría por romper la posibilidad de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Argentina.
La renovada tensión comercial a escala planetaria, especialmente en el comercio de bienes industriales y agrícolas, plantea desafíos profundos para una economía que aún arrastra las consecuencias de décadas de desalineaciones estructurales. Estados unidos, China, Rusia y la Union Europea juegan un partido que no incluye al resto del mundo, pendiente de esos centros de demanda. En este sentido, si bien la cercanía ideológica entre Javier Milei y Trump podría facilitar el diálogo bilateral e incluso allanar negociaciones con el FMI, el impacto neto de un entorno proteccionista dependerá en gran medida de la astucia con la que Argentina gestione sus asimetrías competitivas. El segundo trimestre podría generar cambios importantes en materia de reservas.
Entre el peso fuerte y el dólar iluso
La apreciación del peso y la simultánea pérdida de valor del dólar y monedas emergentes auguran un comienzo de año exigente. Para Argentina, cuyas exportaciones están concentradas en pocos rubros de bajo valor agregado, la fortaleza relativa del peso frente a otras monedas regionales socava su posición comercial. Este desbalance impide que la recuperación incipiente se traduzca en una mejora de la competitividad y, por el contrario, agrava un cuadro fiscal ya presionado por un incipiente equilibrio de balanza para el primer trimestre de 2025 y fuerte caída en la rentabilidad privada.
Mientras tanto, en el frente energético, el leve retroceso del petróleo y el aumento en el precio del gas podrían ofrecer oportunidades puntuales a partir de los desarrollos en Vaca Muerta, siempre que se asegure la infraestructura necesaria para monetizar estos recursos con un barril por encima de los U$S68. Aun así, el destino de estas ventajas dependerá en buena medida de la volatilidad de la demanda china, cuyo comportamiento se ha vuelto más errático e imprevisible.
Una economía que intenta asentarse sin anclas firmes
La política económica implementada durante 2024 mostró avances en términos de estabilidad cambiaria e inflación, pero dejó pendiente el capítulo central: la recuperación de la competitividad y la sostenibilidad del crecimiento. Las señales mixtas del mercado de bonos, con rentabilidades asombrosas en instrumentos en dólares frente a la persistencia de reservas netas negativas, evidencian una dicotomía entre expectativas y fundamentos.
El comercio exterior, motor potencial de una expansión más sólida, muestra luces y sombras. Las exportaciones crecerán un 7% gracias al impulso energético y agroindustrial, pero las importaciones avanzarán al doble de velocidad, erosionando rápidamente el saldo comercial. El «dólar blend», herramienta pensada para estimular la liquidación, ha terminado por vaciar de contenido los ingresos netos del Banco Central. Si esta dinámica persiste, la economía enfrentará un estrangulamiento externo autoinducido hacia fines de marzo y abril de 2025, donde inexorablemente el endeudamiento externo tiene que incrementar las arcas del BCRA para consolidar un modelo que muestra hacia adelante síntomas de agotamiento. No hay modelo fuerte con complejos exportadores débiles. El Tipo de Cambio avala la proliferación de un freno en EXPO y un creciente incentivo en IMPO, por lo que la balanza comercial, que fuera un generador genuino de divisas podría frenarse drásticamente durante el primer trimestre proximo alcanzando no mas de U$S900M con caídas sustanciales comparado a este primer trimestre de 2024. La pesca sentirá con perdida de competitividad y rentabilidad el motor de su desarrollo.
A esto se suma el riesgo de una apertura arancelaria indiscriminada. En un país donde los costos en dólares son desproporcionados, y cuya industria carece de estándares internacionales sostenidos, la exposición abrupta al mercado global podría significar una poda irreversible del aparato productivo nacional. El desempleo estructural y la destrucción de capacidades tecnológicas amenazan con instalarse como consecuencia lógica de una estrategia que prioriza la desregulación sin red de contención.
Pesca: una industria al borde del agotamiento operativo
En paralelo, la actividad pesquera argentina, tradicional fuente de divisas y empleo, atraviesa un umbral de desequilibrio estructural. La rentabilidad del sector se desploma en medio de precios internacionales deprimidos, conflictos gremiales crecientes y una presión de costos que desafía cualquier racionalidad económica.
La lógica histórica de distribución tripartita del ingreso –barco, tripulación, proveedor– ha sido arrasada por una realidad donde la masa salarial supera el 60% de los costos totales. A esta ecuación inviable se suma la competencia internacional, que ha desplazado al langostino argentino de mercados estratégicos, y la indiferencia interna, que perpetúa esquemas operativos ineficientes sin posibilidad de reconversión. Por ahora, la pesca duerme, mas preocupada en la reasignación de cuotas de merluza que en su equilibrio económico.
Los armadores alertan sobre la inminencia de un colapso. La presión de las cámaras de Chubut para concentrar la captura en zonas restringidas, en detrimento de Buenos Aires, es apenas una de las manifestaciones de un conflicto latente que promete escalar si no se abordan de manera integral las causas estructurales de la crisis. La amenaza de paralización de la flota, bajo la lógica de “menos operar, más cobrar”, revela una peligrosa tentación especulativa en un sector que se vacía de contenido productivo. Se hará difícil cobrar lo capturado y procesado cuando el mercado internacional no demanda.
El efecto arrastre de esta decadencia se extiende a la merluza y el calamar. El primero, sostenido artificialmente por volúmenes crecientes; el segundo, única especie aún rentable, enfrenta el deterioro progresivo de sus márgenes, aunque por ahora tiene mucho para solventar perdidas de otras especies. Las nuevas regulaciones sobre el Derecho Único de Extracción agravan la situación, profundizando una dinámica descendente que aleja toda posibilidad de recuperación.
Hacia un año de definiciones
Argentina se aproxima a 2025 con un conjunto de variables que, aunque dotadas de potencial, requieren administración inteligente y visión estratégica. La estabilidad macroeconómica ya no puede ser vista como una meta en sí misma, sino como una condición necesaria –pero no suficiente– para generar crecimiento con inclusión.
Sin un rediseño profundo del modelo productivo, una apertura comercial equilibrada y un ordenamiento fiscal que respete la lógica del desarrollo, cualquier bonanza será efímera. La economía nacional necesita más que alivios coyunturales: requiere una reinvención.
El éxito de esa transformación dependerá de la capacidad de articular intereses diversos, combinar eficiencia con justicia y superar la lógica de supervivencia que ha signado los últimos años. En ese camino, el país no puede darse el lujo de repetir los errores del pasado ni ceder ante la miopía del cortoplacismo. Porque, esta vez, no habrá margen para improvisaciones.