El camarón rojo argentino –como se lo conoce en Japón- se ha convertido en uno de los alimentos más populares durante el Año Nuevo japonés, que se celebra al igual que en occidente, pero que tiene una demanda estacional que implica muy buenos niveles de exportaciones desde la Argentina.
No es solo por su calidad alimenticia que es consumido en Japón, sobre todo en esta fiesta tradicional, sino que tiene todo es todo un símbolo, porque al ser de cuerpo curvo y de “bigotes” largos, lo toman como un emblema de la espalda encorvada y los largos bigotes de un anciano, tan respetados en esas culturas orientales.
Este fenómeno de consumo se elevó notablemente en noviembre del año pasado, a través de los importadores de Japón que se abastecen de la especie antes de las vacaciones.
De acuerdo a los datos que refleja la Aduana Argentina, los envíos de langostinos de Argentina, ascendieron a 2400 toneladas por un valor de 22,4 millones de dólares.
Este crecimiento posibilitó que Argentina superara a Indonesia quien era el tercer proveedor más grande de Japón en las exportaciones de este tipo.
El producto que se vende en las más importantes cadenas de supermercados de Japón durante todo el año, tanto en tamaños L1, L2 y L3.
A pesar del notable aumento de la demanda que se registró en el último mes de noviembre, los volúmenes de importación de este langostino, fue menor que en el mismo mes de 2020, cuando las cifras marcaban 4 mil toneladas por un valor de 27,7 millones de dólares.
Si bien es un producto muy requerido sobre todo por el sabor único, por el momento no alcanzó el estatus de alimento básico durante todo el año en Japón, dado que su importación y venta son muy estacionales y no permiten la competencia directa con los que se cultivan en el Sudeste Asiático, que frecuentemente se comercializan con cabeza y sí tienen una demanda constante.
La muy buena demanda y la muy buena calidad del producto entero está demostrada por el incremento del 40% en el valor sobre finales del año 2021 aunque las colas en bloque no sufrieron variaciones en el precio.
Hace muchos años atrás, allá por principio de la década de los ’80, Japón era el destino por excelencia en el sudeste asiático. Producto que pescaban un puñado de buques congeladores dentro del Golfo San Jorge. Específicamente eran en su mayoría talla L3, procesado a bordo, congelado entero. Si bien mucha agua ha pasado debajo del puente, en materia de esta especie, sigue siendo al mismo destino esa misma característica demandada, con el agregado de L2 y L3. La demanda es sostenida desde septiembre y octubre del año pasado, donde se pensaba era por la demanda puntual de fin de año. El mercado pide, y argentina envía un langostino natural y salvaje muy distinto al bannamei de cultivo que les ofrecen Tailandia y en menor tenor Ecuador, por sabor, y por sobre todo por ser un producto bioseguro libre de antibióticos y agregados externos. Como el tango, argentina debe imponer en el mundo una marca registrada con certificación internacional, para ello hay que trabajar educando a las tripulaciones en el manejo del producto, haciendo hincapié que no es un cajón de langostino, sino alimento para ser ingerido en lugares distantes en el mundo. La calidad del langostino, en el fresco, comienza desde la calidad y cantidad de hielo de cada cajón, pasa por el manejo a bordo, la descarga, el transporte y toda la cadena de proceso, hasta consolidar el contenedor. Mucho de debe trabajar en el material humano cambiando la idea de cantidad y velocidad por calidad alimenticia, materia aun pendiente.
Vale mencionar que el langostino es uno de los principales sostenes de las exportaciones pesqueras además de ser un generador de mano de obra en ciudades y puertos con litoral marítimo argentino.