En un clima de deliberaciones discretas y definiciones aún incipientes, el eje del debate internacional sobre el futuro del langostino argentino volvió a situarse, una vez más, en Vigo. Allí, en el marco de la feria Conxemar, las reuniones mantenidas entre funcionarios nacionales, representantes diplomáticos y los principales referentes empresariales del sector pesquero delinearon un horizonte de análisis que excede la coyuntura inmediata y deja entrever un proceso más profundo de reconfiguración del modelo exportador argentino; pero hubo otras reuniones más reservadas que apuntan de lleno a la verdadera toma de decisiones de la política pesquera de esta especie, donde Mar del Plata, una vez mas, tuvo muy poca o nula participación debido que las principales cámaras del sector no tuvieron representantes en la feria.


El subsecretario de Recursos Acuáticos y Pesca de la Nación, Juan Antonio López Cazorla, encabezó una agenda marcada por la cautela y la observación atenta de las señales del mercado internacional, gesto que lo caracteriza. En paralelo a la apertura del stand “Mar Argentino”, su presencia en España coincidió con encuentros de alto nivel en los que se abordaron temas sensibles, como la evolución de la temporada, la sostenibilidad del recurso y la estrategia comercial hacia Asia, en particular hacia China, donde el país busca recuperar el interés por el Pleoticus muelleri, desplazado en los últimos años por el camarón de cultivo de amplia inserción dentro de los mercados internacionales.
En ese contexto, López Cazorla, confirmó su próxima participación en la Feria de Qingdao, uno de los epicentros más relevantes de la industria pesquera mundial. Allí, la Argentina buscará reabrir canales con importadores asiáticos y consolidar nuevos vínculos comerciales que permitan reposicionar al país en un escenario de creciente competencia internacional. Sin embargo, el propósito trasciende la mera promoción de un producto: se trata de reinstalar al langostino salvaje y natural argentino en la agenda global, reivindicando su origen, su calidad y su autenticidad frente a un mercado cada vez más exigente, donde la trazabilidad y la adaptabilidad se han convertido en atributos esenciales de competitividad.
El propio funcionario aludió, con mesura y claridad, a la necesidad de “aggiornarse”, término que sintetiza el proceso de renovación y modernización que hoy impulsa con determinación desde la Subsecretaría. Bajo su conducción, la política pesquera nacional ha adquirido un ritmo sostenido y articulado, integrando esfuerzos con la Cancillería, las representaciones diplomáticas, el Ministerio de Economía y los distintos actores del sector. Esa coordinación interinstitucional —poco frecuente y altamente efectiva— refleja una gestión orientada a la acción concreta, que combina la diplomacia económica con una mirada estratégica sobre el futuro de la pesca argentina y su inserción en los mercados internacionales.
Pero las conversaciones más sustantivas ocurrieron puertas adentro, en reuniones que trascendieron escasamente. Allí, representantes de las cámaras más influyentes —CAPIP y CAPECA— junto a empresas independientes, discutieron la conveniencia de acortar la próxima temporada de langostino y, en algunos casos, incluso de no habilitar la zona norte del paralelo 41 durante 2026.
El planteo, aún en etapa de análisis, dista de ser menor; implicaría alterar la histórica dinámica operativa de la flota marplatense y abrir un debate inédito sobre el delicado equilibrio entre rentabilidad, sostenibilidad y planificación productiva. Sin embargo, esa mesa de discusión —todavía incipiente— parece sostenerse sobre apenas dos de sus cuatro apoyos, pues faltan allí las voces indispensables de CEPA y de las cámaras del fresco marplatense, (CAIPA,CAABPA, CAPEAR ALFA y CAFREXPORT), actores cuya ausencia deja incompleto el debate que debería representar a toda la cadena pesquera nacional. Con especial énfasis en el pronunciado por el propio Cazorla quien dijo » es momento de negociar con la flota gallega«.
La dimensión biológica, siempre eje cardinal en este tipo de decisiones, se entrelaza ahora con variables comerciales que adquieren un peso cada vez más determinante. Los armadores, plenamente conscientes del impacto que una sobreoferta ejerce sobre los precios internacionales, reconocen que la moderación en los volúmenes de captura puede constituir un instrumento eficaz para preservar el valor del recurso y fortalecer su posicionamiento en los mercados de mayor exigencia. La evidencia reciente parece respaldar esta lectura: una temporada más breve, con ejemplares de mayor talla y capturas más selectivas, permitió sostener precios y revalorizar la imagen del langostino argentino en los principales destinos de exportación. Sin embargo, tras el ciclo récord de capturas registrado en Rawson, comienza a percibirse que el esfuerzo económico y operativo no se distribuye de manera equitativa a lo largo del entramado productivo, revelando asimetrías que el sector deberá afrontar si pretende alcanzar un equilibrio verdaderamente sostenible.
Mientras tanto, las deliberaciones en Vigo revelaron un tono inusual, signado por la prudencia y por el reconocimiento de que el modelo vigente atraviesa una etapa de revisión estructural. En los pasillos de la feria, donde se mezclan los intereses empresariales con las interpretaciones diplomáticas, se percibió la convicción de que el futuro del langostino dependerá tanto de las decisiones técnicas como de la capacidad del sector para actuar con unidad. No se trata únicamente de cuándo y dónde pescar, sino de cómo sostener una cadena productiva que preserve su competitividad sin comprometer su equilibrio biológico.
En ese sentido, las palabras de López Cazorla dejaron entrever un enfoque pragmático pero firme: tender puentes hacia nuevos mercados, pero consolidar la presencia del producto argentino donde ya se lo reconoce por su calidad. Su mirada combina promoción comercial con gestión diplomática, y ubica al Estado como articulador entre la ciencia, la empresa y la política exterior. De allí también su valoración del trabajo conjunto con embajadas y consulados, que comienzan a incluir al langostino argentino en eventos de posicionamiento gastronómico en Europa y Estados Unidos.
Las próximas semanas, con la misión oficial a China y las definiciones que surjan de las reuniones entre las cámaras y los gremios, podrían marcar el inicio de un nuevo capítulo para la pesquería más emblemática del país. En los hechos, lo ocurrido en Vigo parece haber encendido un proceso de reflexión que excede la inmediatez comercial: una toma de conciencia sobre la necesidad de repensar los tiempos, las reglas y las estrategias de una industria que, aunque madura, todavía busca el modo de proyectar su potencial con previsibilidad y orden.
En la penumbra diplomática de aquellas conversaciones —más próxima al sigilo de quienes verdaderamente deciden el rumbo de la pesca argentina que al bullicio complaciente de las ferias— comenzó a esbozarse el mapa incierto del langostino del porvenir: una trama sutil de intereses donde el mercado, el recurso y la política buscan, sin hallarlo del todo, un punto de equilibrio posible. Sus contornos se disuelven todavía en el horizonte indómito del Atlántico, un mar que, como espejo implacable, devuelve más interrogantes que certezas. Y en ese reflejo distante, Mar del Plata observa de soslayo un juego del que apenas participa, arrastrada por decisiones ajenas, por la falta de representación real y, sobre todo, por una inercia que se confunde con resignación. Porque aunque las voces locales suelen fustigar la influencia foránea, cuando llega la hora de decidir, el timón vuelve a quedar a la deriva, sometido a una corriente que no obedece a las necesidades ni a los sueños de las empresas marplatenses, sino a designios que —como el propio mar— nunca terminan de mostrar su profundidad.